George Steiner ha sabido asumir el papel de protector de la gran cultura y hay que reconocer el mérito que tiene reivindicar esa herencia en un contexto que no se muestra especialmente proclive a defender las humanidades. Pero ¿alguna vez han estado a salvo? El silencio de los libros ensaya una breve historia de la cultura desde la escritura y la lectura haciendo referencia, precisamente, a todos los intentos de destrucción y de censura, a todos los raptos incendiarios, ya fueran explícitos o implícitos. Sobre ellos, sin embargo, siempre ha salido indemne el sentido de la pasión lectora.
Steiner revela la génesis de una civilización libresca y repasa las tensiones entre el espíritu y la letra a partir de la fijación gráfica de tradiciones esencialmente orales. Su primera enseñanza tiene que ver con el papel de la memoria, un tema, por cierto, que es recurrente en su obra. La crítica más contumaz de este erudito europeo a los modernos sistemas de enseñanza se ha centrado, sobre todo, en el desprestigio del esfuerzo memorístico. “La enseñanza moderna se asemeja cada vez más a una amnesia institucionalizada”, afirma. El amor por las letras se ha de traducir en un esfuerzo repetitivo por captar su sentido, señala y no es difícil descubrir aquí sus raíces judías.
Escribir y leer se han convertido en los medios tradicionales de recibir una herencia y de transmitirla. Pero también alude Steiner a los efectos devastadores de la pasión lectora. Son tantos los intelectuales, los escritores, los poetas que se han visto tentados a actuar en connivencia con lo inhumano, que, paradójicamente, el culto a las humanidades en ocasiones se convierte en causa de deshumanización. Se explica este fenómeno aludiendo a la intensidad de la ficción, al veneno de irrealidad que algunos descubren en los libros, lo que les lleva a negar la contingencia pura de lo real.
Pero ¿cuáles son los riesgos a los que se enfrenta el libro y, con él, la cultura clásica? De un lado, el pensador francés alude al tiempo. El hombre contemporáneo es un ser ocupado que no sabe encontrar remansos de paz entre tanta actividad frenética. Los momentos de ocio se han perdido en la medida en que también durante ellos el hombre está sometido a obligaciones -sociales, familiares…- y reglas. De otro lado, nos falta silencio y paz interior. Es sintomático, a su juicio, que un gran porcentaje de jóvenes no sepa mantener la concentración durante largos ratos o que requiera música para hacerlo.
Steiner es un hombre de modales exquisitos y de una gran cultura, y sus juicios no resultan pesimistas ni exagerados. Es consciente de que Internet alumbra nuevas espacios para la cultura y que encierra grandes potencialidades. Tampoco existe hasta el momento certeza de que la edición digital haya disminuido la tradicional. Ahora bien, no hay duda de que el hábito de la lectura está disminuyendo y que la calidad de lo que se publica no permite aventurar muchos paraísos en el futuro de la gran cultura. Tal vez a Steiner le haya tocado en suerte convertirse en intermediario entre dos tipos de cultura.
Al ensayo de Steiner le sigue un texto breve de Michel Crépu, que replica en ocasiones al maestro. Se muestra de acuerdo, sin embargo, en lo general: también él ve en el silencio y la paciencia lo que falta para disfrutar hoy de la expresión escrita. Pero la experiencia de perderse en un mundo sin tiempo ni espacio, donde tiene lugar la revelación -el mundo de la lectura y de la escritura- no puede perderse. Puede estar llamada, eso sí, a convertirse en un hábito “exótico”. E incluso en una costumbre clandestina o contracultural.
Los dos textos invitan a reflexionar sobre el pasado y también sobre el presente y el futuro de la lectura. Y, más allá de su retórica erudita, exhalan un fervor contagioso por la cultura. Quizá custodiar la pasión por los libros -por leerlos y escribirlos- sea, finalmente, el propósito de estos breves y hermosos ensayos.