Alianza. Madrid (1995). 218 págs. 1.900 ptas.
La publicación en castellano de esta obra de Ernest Gellner ha coincidido casi con su muerte, que tuvo lugar el pasado mes de noviembre. Gellner, que contaba 69 años, dedicó gran parte de sus esfuerzos a estudiar la esencia de la identidad nacional y su relación con la democracia y la modernización económica, un tema que ha adquirido singular importancia desde 1989-90.
Encuentros con el nacionalismo es una colección de reseñas y de ensayos publicados entre 1987 y 1993. El inconveniente que suelen tener los libros de este tipo es que algunas ideas se repiten en varios capítulos. Eso ocurre algunas veces en este volumen. Sin embargo, son tantas las refrescantes aportaciones, que ese defecto resulta irrelevante. En el libro hay estudios bastante especulativos y técnicos, y otros más apasionados y accesibles, más vitales, reflejo de la propia vida de Gellner.
Según Gellner, «la riqueza generalizada atenúa la intensidad de los odios y hace que cada uno tenga mucho más que perder en caso de un conflicto violento». Ese papel de fomentar la riqueza y guardar la paz debería estar garantizado por lo que él bautiza, con sorna, la «Internacional Consumista No Creyente», principalmente los Estados Unidos y la Europa occidental. Pero Gellner tampoco está tan seguro que esta «Internacional» pueda hacer frente a grupos de presión (fundamentalistas, terroristas, etc.) que en el futuro tengan acceso a las armas nucleares.
Gellner recuerda un hallazgo del antropólogo Bronislaw Malinowski: el gobierno indirecto. No es probable -dice Gellner- que un antropólogo caiga en el ridículo de suponer que sólo los grupos dotados de un Estado pueden poseer una cultura rica, compleja y cabal. «Pero ¿cómo puede la cultura hallar la protección y preservación política necesarias sin el Estado? Respuesta: mediante el gobierno indirecto: autonomía cultural sin independencia política». Gellner expresa de otra manera la idea del gobierno indirecto con la imagen de un mundo totalmente colonizado, en vez de totalmente descolonizado, en el que todas las culturas se expresen libremente y estén protegidas, pero ninguna posea un poder político destructivo independiente.
Los ensayos más atractivos son los relativos a personajes que tuvieron un significado especial para el autor. Gellner duda que haya otro libro que pueda transmitir las realidades y opciones de la sensibilidad y la vida soviéticas del último medio siglo de manera «tan vívida, tan polifacética y (creo) tan precisa» como lo hacen las memorias de Andrei Sajarov.
El autor señala que «fue la derrota definitiva en la carrera tecnológica y económica lo que persuadió a los hombres de buena voluntad de que el cambio era esencial». Y añade: «El comunismo no fue destruido por la sociedad o por la honestidad: podía dominar la primera y corromper la segunda. Nos guste o no, fue destruido por el consumismo y el militarismo occidental, sumados a un estallido de decencia e ingenuidad en el Kremlin». Ante la derrota en el terreno material, los líderes soviéticos adoptaron la apertura política, «con la cándida y rápidamente frustrada esperanza de que esto llevaría velozmente hacia una mejoría económica».
Gellner era a la vez un crítico inteligente del neoliberalismo, del relativismo (en el sentido de que una sociedad no puede juzgar los valores de otra) y del postmodernismo (en el sentido de que toda ciencia es simplemente contar una historia). De la misma manera, daba en el clavo de los puntos flojos del psicoanálisis y del marxismo. De ahí que para él, «la verdad no se halla vinculada a la virtud política… Igual que la lluvia, la verdad cae por igual sobre justos e injustos»..
José Grau