Alfaguara. Madrid (2004). 423 págs. 20,50 €. Traducción: Pilar del Río.
Cuando se lee una nueva obra de José Saramago resulta conveniente dejar a un lado su trascendencia pública, utilizada por el autor para exponer sus conocidas opiniones políticas, basadas en lo que él llama su comunismo libertario. El Nobel portugués se tiene por un profeta de nuestro tiempo, y piensa que después de esta novela, que él llega a considerar su testamento literario y político, las cosas en el mundo ya no van a seguir siendo las mismas. Pero en literatura, conviene no fiarse mucho de las opiniones de los autores sobre sus propios libros, y más en el caso de Saramago, un escritor que esquiva en su literatura, con el recurso a la alegoría, los estrechos márgenes estéticos de la novela de tesis.
Ensayo sobre la lucidez tiene como punto de partida un insólito suceso. En la celebración de varias elecciones, más de un 80% de la población decide votar en blanco. Sobre este acontecimiento, Saramago levanta su fábula político-moral, analizando cuál sería la reacción del poder. Durante la primera mitad de la novela, la más débil, indaga en los centros de poder; los personajes, ninguno con nombre propio, son el presidente de la República, el primer ministro, el ministro del Interior… La acción se sitúa en un lugar y en un tiempo simbólicos, aunque el autor introduce algún guiño que vincula esta trama con su país de origen, Portugal. Saramago recrea las reacciones de un poder que no acepta la rebelión popular y que sospecha que detrás se esconde una revolución anarquista o de otro tipo.
En la segunda mitad, bastante más intensa literariamente, la trama se centra en dos personajes, el escéptico comisario que investiga la hipotética rebelión y una mujer a la que se considera la culpable de todo lo que está sucediendo. Esta mujer es un personaje que procede de su novela Ensayo sobre la ceguera (ver servicio 103/96), con la que Ensayo sobre la lucidez guarda bastante parentesco. Si en aquella se producía una epidemia de ceguera, de la que sólo se consiguió salvar esa mujer (una imagen dolorosamente alegórica sobre el sentido de la existencia), en esta el mensaje es más político, aunque las dos novelas están unidas por el pesimismo típico de Saramago.
Vuelve a sobresalir el trabajo estilístico, con esa mezcla de ironía e impasibilidad, cercana a la técnica del ensayo y habitual en el autor portugués. También sabe desviar el interés de la trama -bastante ingenua e inverosímil-, para dar mayor protagonismo a las consideraciones y al mundo interior de unos anónimos personajes que representan su agónica visión del mundo. El mensaje incide en el pesimismo político y existencial y en la crítica a la democracia formal en la que, según Saramago, viven asentados los países occidentales; una democracia tan formal que en la novela acaba convirtiéndose en una máscara más de la dictadura.
Adolfo Torrecilla