Ediciones Cristiandad. Madrid (2005). 471 págs. 20 €. Traducción: Patricio de Navascués Benlloch, Giovanni Maria Vian, Santiago García-Jalón de la Lama.
Se trata de un estudio científico, y a la vez accesible, sobre la literatura cristiana, pero con un planteamiento no limitado a lo teológico o confesional. La Biblia y su interpretación constituyen la aportación más importante del cristianismo a la cultura universal, afirma Vian. La misión cristiana es, en sus orígenes, radicalmente distinta al particularismo judío. El mensaje cristiano, que se dirige a todos los hombres, ya desde san Justino es consciente de las verdades parciales de otras tradiciones. Esto explica que la cultura cristiana se forme asumiendo parte de la literatura pagana y, sobre todo, la hebrea.
La Biblia hebrea, que utilizaron Jesús y sus discípulos, tuvo su primera traducción griega en la denominada Biblia de los Setenta. Precisamente la apropiación cristiana de esta versión de la Escritura provocó que esta traducción fuera rechazada por los judíos, ya que la consideraron alejada de los originales hebreos. Surge así una disputa filológica entre judíos y cristianos.
Los escritos apologéticos, desde los de Clemente de Alejandría a Orígenes, nos revelan un cristianismo intelectual, preocupado por asumir tradiciones diversas y, sobre todo, por resolver los problemas más acuciantes de su tiempo, a la vez que difunde la verdad cristiana a todos los hombres.
Pero la historia de la literatura cristiana comienza con la figura de Jerónimo. El traductor que hizo la Vulgata es, al mismo tiempo, el primero que cataloga a los autores cristianos, de manera similar a lo que hacían los paganos con la literatura griega y latina.
Durante la Edad Media fueron los monasterios los verdaderos centros de la cultura, que conservaron y aseguraron la continuidad del saber. Los monjes cultivaron el arduo trabajo de las traducciones e incluso su labor permitió el hallazgo de manuscritos hasta ese momento inéditos.
En el mismo período nacen las universidades, lo que supone elevar la literatura cristiana al rango casi de ciencia. Se mejoran los métodos de investigación y el análisis crítico de los textos.
El Renacimiento produjo también, como se encarga Vian de recordar, un redescubrimiento de la Biblia y de los Padres de la Iglesia. Los grandes humanistas, desde Petrarca hasta Erasmo, eran asiduos lectores de los textos cristianos primitivos.
Durante la Reforma se produjo una disputa ideológica que separa la literatura cristiana en dos: de un lado, la protestante, más crítica, que no acepta muchas de las versiones existentes, y por ello Lutero se encargará de traducir de nuevo la Escritura; de otro lado, la católica, que ahora extrema sus cautelas en las nuevas publicaciones. Las nuevas condiciones favorecieron, a juicio de Vian, mayor competencia que fue en beneficio de la erudición y de los estudios filológicos.
El libro llega hasta nuestros días, con los descubrimientos de los manuscritos del mar Muerto a mediados del siglo XX. El lector va percibiendo cómo se forma esta disciplina filológica peculiar a lo largo de la historia y, sobre todo, gracias al trabajo callado de esos sabios que se retiran y sacrifican su vida en la traducción de textos y manuscritos.
Vian incluye una amplia y comentada bibliografía para todos aquellos que deseen profundizar y conocer con mayor detalle esta apasionante historia. En ocasiones puede resultar algo fatigosa la lectura de tantos nombres y títulos, pero el lector cierra estas páginas con un buen sabor de boca.
Josemaría Carabante