Cátedra. Madrid (2001). 566 págs. 21,03 €. Traducción: Marco Aurelio Galmarini.
Se podría decir que éste es el libro de un espectador bienintencionado que contempla los horrores del siglo XX e intenta sacar algunas consecuencias morales. Evita las grandes afirmaciones. Su técnica es contar, a través de testimonios, la inhumanidad y apuntar suavemente consideraciones éticas. Esto le da un tono ligeramente posmoderno. Jonathan Glover es profesor de Etica del Kings College de Oxford y se ha interesado especialmente por la psicopatología.
El libro se inicia con una crítica a la «inocente creencia» ilustrada en el progreso moral en la historia. Lo ha desmentido el siglo XX. Expone «el desafío de Nietzsche». Y muestra, remitiéndose a hechos, la barbarie del superhombre que desprecia el precepto de amar al prójimo. Un repaso por la historia de la guerra muestra cómo se puede deteriorar la compasión, que es un fenómeno moral espontáneo, con diversas técnicas de distanciamiento, disolución de la responsabilidad personal (reparto de funciones), de rutina y tecnificación de la agresión, y, sobre todo, deshumanización del «enemigo» mediante la propaganda. Así se anestesian los sentimientos de humanidad y se despierta la ferocidad.
La misma tesis surge cuando analiza las masacres genocidas del tribalismo (Ruanda); y la deshumanización tremenda de la guerra del 14, donde las trincheras llevan a la trampa de una propaganda mentirosa, que se especializa en suscitar el odio. Todo vale. El terror sistemático es instrumento político en Stalin. Pero, sobre todo, corrompe el argumento, totalitario e inmoral, de que llegaremos al bien haciendo un poco de mal. El fin utópico justifica masacres nunca vistas. La técnica es llevada a la locura en la revolución cultural china y, más todavía, en la desgraciada Camboya de Pol-Pot. Es la creencia en la teoría por encima de las vejaciones de las personas concretas, hasta sumar decenas de millones. El caso nazi, tratado en último lugar, aporta la perplejidad de una barbarie en el seno de una sociedad mucho más culta, y realizada con una mentalidad funcionarial (Eichmann).
El último capítulo resume el argumento. Lo encabeza una cita del disidente chino Jung Chan: «Si no tienes Dios, tu código moral es el de la sociedad; si la sociedad está patas arriba, también lo está tu código moral». Glover se confiesa no creyente, aunque manifiesta respeto. Confía en el fondo moral del hombre: «El sentido de la identidad moral y las respuestas humanas forman parte de nuestra psicología con independencia de toda metafísica externa». Pero titubea un poco cuando recuerda los modos en que el sentido moral (los sentimientos humanitarios) es desorientado: miedo, alejamiento, tecnificación…. Es verdad que una señal de humanidad (encontrar la foto de su familia en el bolsillo del soldado enemigo muerto) puede hacer renacer nuestros resortes. La compasión es una voz profunda. Pero quizá hace falta más para educar a las generaciones futuras.
Juan Luis Lorda