Seix Barral. Barcelona (1999). 190 págs. 1.600 ptas.
Algo tienen en común Epicteto, Shakespeare, el estalinismo, el pato Donald, Norman Rockwell, el paro laboral, Auschwitz y Ulises: la vergüenza; la vergüenza afirmada o negada; la vergüenza pensada, sentida, vivida o rechazada. Es necesario, para explicarlo, un dominio del texto como el que posee José Luis de Juan y que ofrece, fluido, página a página. No estamos ante un tratado, y menos aún ante un estudio científico.
Deja sentado el autor inmediatamente el carácter de virtud que hay que atribuir a la vergüenza, y, más precisamente, de virtud en desuso. En el mundo actual no parece necesitarse más que una brillante narración de los propios hechos para reivindicar la decencia, narración que en el fondo sólo es máscara y ocultación de la conciencia ética. Como ésta, la vergüenza nace de la libertad a la que el hombre está condenado desde su expulsión del Paraíso, de todos los paraísos, incluso de los más recientes y políticos.
Es la incertidumbre, la indecisión moral, el sentimiento de ser individuo y único, lo que pone en marcha ese anhelo que en el fondo es de pureza; el alimento de la vergüenza es la conciencia de la indignidad privada. Y en todo ello se incluye una implícita y permanente referencia a la observación que la conciencia hace de sí misma, a los datos inmediatos que ella misma se proporciona.
Hay algo en la lectura de esta obra que invita a recordar a Bergson (curiosamente, mencionado sólo en su penúltima página), o al mejor Ortega (no mencionado en absoluto): una decisión previa a la escritura, o más bien un estado intelectual de independencia fundamental desde el cual ya no se debe nada a nadie. La vergüenza es, en el discurso del autor, material de la Historia y de la Moral, de la lucha de cada uno por no sucumbir en tiempos de difícil reivindicación de la decencia. Más acá de la culpa del Génesis, lejos a un tiempo del pudor y de la desenvoltura, la vergüenza comienza siendo un signo de la dificultad de la decisión moral muy próximo a la angustia de Kierkegaard; y, de la mano del amor propio, se constituye en fuerza elemental de la dignidad. También se hace imposible no recordar la honesta escritura de Albert Camus.
Además de ser una vigorosa incitación a la vergüenza, esta obra reivindica esa tradición imprescindible y amenazada de extinción, que es la de la escritura sin género, la de la libertad para la idea y para la búsqueda de la belleza.
Rafael Rodríguez Tapia