Jesús

TÍTULO ORIGINALJésus

GÉNERO

Seix Barral. Barcelona (1996). 278 págs. 2.300 ptas. Edición original: Desclée de Brouwer/Flammarion. París (1994).

Jacques Duquesne es un periodista y ensayista aficionado a los temas religiosos. Hace dos años emprendió una aventura de mayor relieve y publicó este libro sobre Jesús que ahora ve la luz en español.

El autor manifiesta que sencillamente ha pretendido «contar la vida de Jesús de la manera más completa, más clara, más respetuosa y más… vívida posible, tomando en consideración los últimos resultados de los trabajos de los especialistas en todos los campos, o de sus últimas hipótesis». Sin embargo, el producto dista mucho del propósito; sólo la facilidad para «contar» sigue en pie y da como resultado un libro cómodo de leer en el que se va soslayando hábilmente toda constatación de datos que podrían dar mayor solidez. Nada se afirma con rotundidad, todo queda como en penumbra, abierto a la aceptación subjetiva y a la duda.

De los quince capítulos del libro, cuatro están dedicados a la llamada «vida oculta o evangelio de la infancia». Duquesne se mueve mejor donde los datos son más escasos. En cambio, todos los milagros caben en un solo capítulo, lo mismo que el mensaje de Jesús. En el resto de la obra, se abordan temas que los evangelios resuelven en secciones breves, como el bautismo de Jesús, las bodas de Caná o «la escalada de la oposición». Todo esto no sería especialmente censurable, pues pertenece a la sensibilidad del autor insistir más en unos aspectos de la vida de Jesús y pasar como de puntillas por otros.

En cambio, no es de recibo la presentación pretendidamente científica de unas conclusiones poco probadas, quizás deducidas de múltiples lecturas, pero escasamente digeridas. «La creencia en la concepción virginal no es esencial para la fe cristiana», dice el autor. De esta manera, no niega, pero siembra la duda. También la resurrección de Jesús, tema clave para una cristiano, es tratado con enorme superficialidad. Una y otra vez se repite el mismo estribillo de que la resurrección es increíble: los testimonios de las mujeres no constituyen sino «una probabilidad de crédito, una presunción, no una prueba de la resurrección; pruebas, en opinión de los historiadores, no las hay». El autor evita por todos los medios afirmar verdades de fe, como si eso fuera anticientífico; en cambio, no tiene ningún reparo en poner en tela de juicio lo más fundamental de la persona y vida de Jesús, sin aportar ninguna prueba fidedigna.

Aunque el libro viene adornado con 32 páginas de notas explicativas, los autores citados en ellas son de hace más de veinte años, y los más recientes son divulgadores que manejan datos de segunda mano. Ni una sola vez acude Duquesne al texto original griego de los evangelios ni menciona un comentario autorizado y aceptado entre los profesores más solventes.

He aquí algunas incongruencias de método: en primer lugar, Duquesne recoge, junto a los evangelios, datos de historiadores como Tácito o Flavio Josefo, de textos judíos tan tardíos como el Talmud, o de escritos cristianos o heréticos, llamados habitualmente apócrifos. Sería legítimo este modo de trabajar, con tal de aplicar una mínima crítica literaria e histórica que justifique la fiabilidad de los textos antiguos que se citan; de lo contrario, es un claro fraude, especialmente para los lectores menos documentados.

Segundo, el tratamiento de los textos del Nuevo Testamento es muy poco serio. Los evangelios no son una crónica periodística que recoge con cierta exactitud, pero sesgados y con frialdad, los hechos de una persona lejana, sino el testimonio de una fe vivida y predicada que transmite lo que Jesús dijo e hizo. Seguir contraponiendo la fe y la historia significa quedar anclado en la problemática bultmanniana ya superada.

Finalmente, no se puede confundir la verdad con su comprobación experimental. Los acontecimientos que relatan los evangelios superan con frecuencia las categorías que manejan algunos historiadores positivistas: la virginidad de María, los milagros, la resurrección de Jesús no se someten a parámetros puramente historicistas, pero no por eso dejan de ser tan reales como la existencia misma de Jesús.

Santiago Ausín

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