Julio Martínez Mesanza es un poeta a contracorriente. Por los temas que aborda, por su visión del mundo, por la exigencia con que pule sus versos… Aspira a decir algo relevante sobre el alma y el mundo. Y a decirlo bien, con ritmo, con música. De ahí que, al concederle el Premio Nacional de Poesía 2017 por Gloria, el jurado destacara de este poemario su “belleza formal” y su “sentido de la rebeldía ante el pensamiento único vigente”, un juicio fácilmente aplicable al resto de su obra poética.
Todo esto ya lo sabíamos los lectores de sus poemarios. La alegría es encontrar verbalizado por el propio autor esta arte poética en los textos en prosa que reúne La calle de la reina Ester. A lo largo de estas páginas, hilvana sus ideas personales con las reflexiones de otros escritores y pensadores. El resultado es una conversación delicada y profunda sobre la poesía, el arte, la literatura, el proceso creativo… pero también sobre el ser humano y la sociedad actual.
Martínez Mesanza es uno de los poetas que, en los años 80 y 90 del siglo XX, se lanzó a contrarrestar el hermetismo en la poesía. El exceso, reconoce ahora, es que defendieron la claridad con tanto ahínco que acabaron situando en el centro lo que no era más que una preferencia personal. Con el tiempo, el péndulo acabaría pasando al extremo contrario. “La defensa a ultranza de la claridad no inventó ni mucho menos la trivialidad, pero la justificó y, en cierta medida, la volvió jactanciosa”.
Frente a esta “trivialidad descarada”, Martínez Mesanza aboga por una poesía seria, con carga moral. Si todo es juego del ingenio, si no hay “siembra de significado”, “si no duele no creer en nada, no hay poesía”. Y frente a quienes camuflan su desencanto en el abuso de la ironía, reivindica a los poetas que “ofrecen un mapa rico y complejo de sus almas”.
El ideal –estético y existencial– es alto y, por eso, también hay espacio para los errores. Pero estos se incorporan al poema como fecunda materia prima. ¿De qué está hecha la poesía? “De inconsecuencia, sin duda. De fe y pasión traicionadas. De conciencia de la propia traición. No vale estar satisfechos. Creer y estar satisfechos de creer: eso no sirve, porque ahí no hay obstinación ni pasión, sino un estado amorfo del alma, sin historia, sin sangre, sin sacrificio”.
Con este trasfondo, se entiende la preferencia del poeta madrileño por ciertos autores (Esquilo, Virgilio, san Agustín, Dante, Lope de Vega, Péguy…) y por ciertos temas que jalonan su obra, incluidos estos textos: el alma, la conciencia, el amor a la verdad, la angustia, el dolor, la ayuda de la gracia, la Redención…
En un momento en que el espíritu de los tiempos sopla a favor del facilismo en poesía, La calle de la reina Ester es un canto a la creación esforzada, al trabajo artístico bien hecho, a hacer todo lo que está en nuestras manos. “Se trata de estar a la altura de los dones recibidos (…). Sólo cuando, en conciencia, puedo poner Als Ich Can [como puedo], me sentiré autorizado a poner Laus Deo”.