Plaza y Janés. Barcelona (2007). 432 págs. 22,90 €. Traducción: Carlos Milla.
El tema de esta nueva novela de John Le Carré es el saqueo del África Central, una de las tierras más ricas en minerales del mundo, por obra de poderes exteriores, sobre todo de Occidente. Un territorio familiar para Le Carré, que ya en «El jardinero fiel» abordó el «dumping» de productos farmacéuticos en detrimento de empobrecidos kenianos.
Kivu, en el este del Congo, tiene las mayores reservas mundiales de coltan, un mineral imprescindible para el funcionamiento de los teléfonos móviles y las «play stations» del mundo desarrollado. Y además del coltan hay otros muchos minerales.
En la novela, el objetivo de una reunión secreta entre financieros occidentales y señores de la guerra del este del Congo es promover desórdenes en Kivu y fortalecer la presencia financiera de Ruanda en la región, y así mantener lejos a los chinos.
El contexto de la historia es auténtico y merece la pena ser contado. Incluso la gente de países vecinos tiene poca idea de lo que está ocurriendo. Le Carré tiene una vista perspicaz para los detalles: las cadencias de la voz africana, particularmente la de la congolesa, cuya música y canciones son populares en el resto de África; su amor por el color, por los vestidos y accesorios elegantes, común a todos los africanos.
Pero la mayor debilidad de la novela tiene que ver con la caracterización de los dos personajes principales. Salvo es el fruto de una relación entre un misionero irlandés y una mujer congoleña; de niño es enviado a un orfanato en el sur de Inglaterra. Allí, al destacar por su capacidad para los idiomas, es formado como intérprete. Una vez casado con una periodista, conoce a Hannah, una enfermera congoleña, de formación católica, que trabaja en un hospital de Londres. La sangre africana de Salvo, según quiere hacer creernos el autor, le atrae hacia Hannah, que sola y separada de su hijo responde a su afecto.
Le Carré ha entendido y explicado bien los intereses que están en juego en la política local e internacional. Y anota muchos detalles significativos que solo un visitante es capaz de notar. Pero en la relación entre Hannah y Salvo el alma de los personajes apenas se destaca, excepto en breves momentos; son poco más que estereotipos planos. Otro elemento gratuito es la sugerida relación afectiva entre dos de los sacerdotes en la misión del Congo.
La novela no está exenta de algunos clichés sobre África: el adivino de Entebbe (Uganda), fetiches y magia. Sin duda existen, pero están en retroceso a medida que la educación y la evangelización se extienden, pero parece que toda novela sobre África debe recurrir a ellos. Tampoco faltan los típicos chanchullos y sobornos africanos. Los oficiales de Ruanda que tratan con una delegación china para venderles los minerales saqueados tienen auténtica vida. Pero los islamistas que maquinan la importación de misiles resultan algo exagerados.
Martyn Drakard