Novela que cierra la trilogía «Martín Ojo de Plata», formada también por Tierra Firme y Venganza en Sevilla.
Matilde Asensi lleva vendidos más de veinte millones de ejemplares de sus libros en distintos países. La propaganda que incluye la editorial en la cubierta no escatima términos ponderativos: la escritora alicantina, dice, “se ha convertido en un referente para los seguidores del best seller de calidad”.
La tercera entrega profundiza en los mismos defectos que las obras anteriores, aunque en esta ocasión el contenido políticamente correcto disminuye en intensidad. La protagonista, Catalina Solís –que se traviste en hombre, Martín Nevares, para ejecutar algunas acciones– continúa con sus planes para culminar la venganza que le prometió a su padre en el lecho de muerte contra la familia de los Curvo, culpables de su muerte.
La acción se desarrolla en las Américas. El hilo conductor es la venganza prometida, a la que se suman dos ingredientes argumentales: un romance de Catalina, que se enamora perdidamente de Alonso, uno de sus acompañantes; y una trama secundaria que servirá para demostrar la inteligencia, la sagacidad y las dotes de mando de Catalina. En este caso, se trata de dar con el paradero de un antiguo tesoro secreto de Hernán Cortés que persiguen una serie de nobles españoles trasladados de incógnito a Tierra Firme y que pretenden poner en peligro la estabilidad de la Corona en tierras americanas.
La narradora de los hechos es la protagonista, que tiene la oportunidad, si todo sale bien, de recuperar su fama y hacienda, así como restituir la honra de su padre y de toda su familia. La novela está salpicada de sucesos, intrigas, aventuras que concluyen con un final feliz, como no podía ser de otra manera.
Asensi tiene bien claro sus objetivos literarios. Si hasta ahora, escribiendo como escribe, ha tenido tanto éxito entre los lectores, nada va a cambiar en su nueva novela. Por eso, La conjura de Cortés es, igual que las otras, simple, esquemática, maniquea y tópica. Los peores ingredientes del best seller ¿de calidad? se amontonan en estas páginas.
El premeditado afán didáctico quiere hacer trasmitir a los lectores que la novela es un ejemplo de documentación y un retrato fiel de la España del Siglo de Oro. Para ello, como en las otras novelas de la trilogía, salpica la narración de vocablos de la época con el fin de que los lectores, con esas palabras, se vean inmersos de lleno y por arte de magia en la España de principios del siglo XVII: no es lo mismo decir “larga” que “luenga”, ni “empezó” que “principió”, ni “sucedió” que “acaeció”, ni “izquierda” que “siniestra”. Con estos detallitos léxicos, la autora parece convencida de estar realizando un gran trabajo de adecuación lingüística. Y no podían faltar ni los “ha menester”, ni los “vuestra merced” de turno. O este pasaje antológico: “asaz melancólicos y de mal talante”…
Todo está contado con un estilo sencillo, fluido, dinámico; pero chato, obvio y en ocasiones acaramelado, como este breve ejemplo: “Le oí marcharse y todo quedó en silencio. Un silencio de muerte, tan inmenso que parecía el final, el final del amor, de la dicha y de la luz del sol, de mi vida”. O esos originales adjetivos: “hirsuto rostro” y “bellaco villano”. Los equívocos sobre el sexo de la protagonista –la base de la trilogía– están explotados hasta la saciedad. La religión apenas aparece, y solo como sinónimo de peligro y terror. Los sentimientos, los perfiles de los personajes, sus ambiciones, sus reacciones… adolecen de una simpleza sin matices y son demasiado contemporáneos. Con estos aderezos, la España que aparece descrita es, voto a tal, de cartón piedra, sin vida y sin alma, un mediocre decorado para una trama de serie B.