RBA Libros. Barcelona (2004). 224 págs. 17 €. Traducción: Catalina Martínez.
La periodista rusa Anna Politkovskaya ha escrito reportajes sobre la segunda guerra de Chechenia para la revista Novaia Gazetta. Su conocimiento del tema está fuera de duda: hasta la fecha de publicación del original francés del libro (2003), visitó Chechenia a un ritmo de una vez por mes, en una ocasión estuvo a punto de morir a manos de militares rusos y ha recogido relatos de primera mano sobre numerosos crímenes de guerra.
Esta obra no es un relato de hechos bélicos, ni siquiera una recopilación de los artículos de la autora, que aparecieron ya en dos libros traducidos al castellano: Una guerra sucia (RBA) y Terror en Chechenia (Ediciones del Bronce). En La deshonra rusa reflexiona sobre el significado de la guerra, al hilo de sus experiencias personales. La veracidad innegable de éstas no implica, en mi opinión, un refrendo absoluto de las reflexiones, que son más discutibles.
Las experiencias no dejan lugar a dudas acerca de que el ejército ruso ha cometido crímenes en Chechenia, que éstos han quedado impunes y que la guerra no se conduce bien desde ningún punto de vista. El que Chechenia tenga 600.000 habitantes, que la ocupen más de 80.000 soldados rusos y que frente a ellos no haya más que 5.000 rebeldes lo refrenda. La conclusión de que el ejército ruso no combate contra los rebeldes, sino contra los civiles, requiere ya cierto grado de fe en la autora, pero quizá pueda darse por válida.
Las reflexiones de Politkovskaya sobre el porqué de la guerra están en la línea de la literatura sobre el «alma rusa». Apenas se mencionan trasfondos políticos: la primera guerra (1994-1996) la emprendió Yeltsin porque era un borracho y la perdió porque los rebeldes manipularon a la opinión pública mundial mejor que los rusos. La segunda la inició Putin como trampolín para llegar a la presidencia, y la prosigue para tener un chivo expiatorio de los males de Rusia.
La tesis principal de Politkovskaya es que la guerra ha envenenado a Rusia. Al igual que los judíos perseguidos por el zarismo fueron caldo de cultivo de la revolución, los chechenos hoy día están llenos de odio hacia Rusia. Y viceversa. Putin es, según la autora, un dictador que ha resucitado la Unión Soviética, y que ha cargado la sociedad rusa de agresividad y racismo.
Santiago Mata