Creo que nunca llegaremos a desentrañar por completo el misterio de la obra de Henry James (1843-1915). El escritor mexicano Sergio Pitol cuenta en su dietario El mago de Viena que a los contemporáneos de James les era tan difícil ubicar al personaje como entender sus libros. Excluyendo a Conrad, tampoco gozó de un gran aprecio crítico y sólo el tiempo le ha convertido en un clásico indiscutible, que inauguró una nueva forma de entender y escribir las novelas. Quizá su mayor aportación haya sido, precisamente, la indagación psicológica que se plantea sobre los personajes; personajes siempre abiertos que se construyen a partir de la conjetura y del misterio. No se trata de novelas omniscientes, cerradas, sino de pedazos de realidad que ocultan siempre algo y que James va mostrando lentamente, sin que lleguemos nunca a saber si oculta más de lo que muestra o no.
Henry James es también el gran hermeneuta de Europa para los estadounidenses de finales del XIX y principios del XX, a través de títulos como Los embajadores (1903), Las alas de la paloma (1902) o Las bostonianas (1886), grandes clásicos del novelista americano.
La figura de la alfombra (1896) es un magnífico ejemplo de lo que hemos venido diciendo. El narrador, un joven crítico inglés, conoce en una cena a un escritor de culto, Hugh Vereker, mucho mayor que él, quien le anuncia la existencia en su obra de un único tema, una especie de secreto último que da sentido a su vida y a su obra y que ningún crítico ha sido capaz de olfatear. El secreto de Vereker es el misterio que mueve la novela y que embarca en su búsqueda al joven crítico, a su mejor amigo, Corvick, y a su mujer, Gwendolyn.
Como en penumbra, el lector asiste asombrado al esfuerzo de los tres por dilucidar el sentido de la creación artística, sin que lleguemos nunca a saber más de lo que James quiere que sepamos. También al lector le queda el trabajo final de dilucidar cuál es el sentido último del secreto de Vereker; ese secreto sencillo y grande que aflora -son palabras de James- como la figura de una alfombra.
“El arte -escribe Antoni Marí en su prólogo a esta edición- provoca la reflexión, el pensamiento y el conocimiento de sí”. Y, en efecto, esta novela resulta un buen ejemplo del poder inmarcesible del arte.