Hemos perdido de nuevo la oportunidad de traducir bien un buen título de un libro de historia. El original está tomado de una frase de George H.W. Bush: «La Guerra Fría fue una lucha por el alma misma de la humanidad. Una lucha por un estilo de vida». De eso, justamente, trata este magnífico, extenso y denso libro de Melvin P. Leffler, que algunos críticos tienen por el mejor publicado hasta ahora sobre la Guerra Fría.
Parte de su mérito estriba en el amplio apoyo documental y bibliográfico, que hace posible llegar con el análisis hasta donde antes nadie había llegado. La desclasificación de papeles, sobre todo norteamericanos, pero también soviéticos, la existencia de estudios detallados sobre los últimos años y de memorias publicadas de muchos protagonistas son buenos puntos de apoyo para una obra como ésta.
Además, Leffler ha optado por un planteamiento original, sobre el que, al parecer, meditó especialmente en Noruega. Leffler posee la convicción de que las decisiones personales de los líderes son un elemento clave para entender esta historia de cuarenta y cinco años de relaciones internacionales. Según unas notas tomadas por un miembro del Politburó, Chernyaev, tras su viaje a Washington en 1987 Gorbachov les comentó que allí había comprendido “tal vez por primera vez… la importancia del factor humano en política internacional”. Ello explica que las biografías de los protagonistas y la descripción de sus caracteres y psicología personales, ocupen un lugar central.
En este trabajo eso es un lugar común hasta el extremo de condicionar la estructura de la obra, que se centra en torno a cinco momentos y doce protagonistas: Stalin y Truman en los orígenes de la Guerra Fría; Malenkov y Eisenhower en el deshielo y la primera oportunidad clara de hacer la paz en los cincuenta; Jruschov, Kennedy y Johnson en la crisis de los años sesenta; Brezhnev y Carter y el fracaso de la distensión en los setenta; y Gorbachov, Reagan y Bush en el final de la guerra fría en los ochenta y noventa. Ciertamente, no fueron todos, pero sí los principales.
Además, este libro es un detallado estudio de los sistemas de toma de decisiones de los líderes y sus equipos, y por eso mismo del modo de ejercer el poder, del funcionamiento de los sistemas políticos. Depara en eso algunas sorpresas interesantes que derivan de su abandono voluntario de cualquier juicio a priori sobre las dos potencias enfrentadas. Esto puede resultar chocante en algún caso: la legitimidad de unos y otros gobernantes no era, desde luego, la misma. Pero Leffler los estudia como si eso no importara. Quizá sea fruto de la que parece una de sus conclusiones claves: la fuerte deformación en la percepción de los hechos que introduce la ideología.
En definitiva, Leffler nos pone ante el choque de dos sistemas de poder internacional, que se demostraron incapaces de entenderse. Las razones de esa incapacidad son el argumento de casi toda la primera parte de la obra, y en definitiva de casi toda ella, ya que el final, cuando se superó el enfrentamiento, ilustra sobre el porqué de la anterior incomprensión.
Según el autor, para el final de la Guerra Fría resultó esencial Gorbachov, el hombre que fue capaz de superar la visión soviética de la Segunda Guerra Mundial y de entender que los Estados Unidos no eran una amenaza para la URSS, mientras que Reagan fue sólo clave por ser capaz de comprender a Gorbachov y de negociar con él.
Reagan, en todo caso, aparece como uno de los grandes políticos del siglo XX, a pesar de su peculiar forma de ser y las dificultades de comunicación con sus colaboradores. Parte de su legado son dos de las lecciones políticas más interesantes que aporta el estudio. En primer lugar, su fe en la fuerza, pero puesta siempre al servicio de la negociación con el adversario. En segundo término, su comprensión de que “la Guerra Fría la ganaría el sistema que pudiera responder mejor al deseo de la gente de llevar una vida decente, vivir en un entorno pacífico y gozar de la oportunidad de disfrutar de la libertad de expresión, demostrar sus sentimientos religiosos y progresar en el plano personal”. Eran buenos argumentos en una lucha por el alma de la humanidad.