Hubert Reeves, Joël de Rosnay, Yves Coppens y Dominique SimonnetAnagrama. Barcelona (1997). 173 págs. 1.800 ptas. Edición original: Seuil, París (1996). Traducción: Óscar Luis Molina.
A partir de preguntas formuladas por el periodista Dominique Simonnet, los otros autores, científicos, explican los principales hallazgos, las teorías y las hipótesis científicas que consideran más convincentes acerca de cómo se ha desarrollado la vida, desde el Big Bang hasta la aparición del hombre. El libro está estructurado en tres partes: el universo, la vida y el hombre.
El astrofísico Hubert Reeves comienza su exposición sobre el origen del universo precisamente planteándose si en realidad se puede hablar de un origen. La cosmología aclara tres cosas: el universo no ha existido siempre, no cesa de evolucionar, y esa evolución va siempre de lo más simple a lo más complejo. Reeves consigue transmitir con un lenguaje sencillo cómo se formaron las primeras partículas, y cómo se agruparon hasta formar las estrellas y las constelaciones. Después explica la formación de la Tierra y la importancia del carbono en su composición. Al final expone cómo aparecieron el agua y las condiciones atmosféricas terrestres capaces de albergar a los seres vivos.
La aparición de la vida constituye el tema de la exposición de Joël de Rosnay, la parte menos lograda del libro, quizá porque en este aspecto de los estudios biológicos muchas cuestiones lindan con la filosofía. No consigue el biólogo francés explicar de modo convincente cómo se produjo el paso decisivo de la materia inerte a la viva. Según él, el transcurso del tiempo parece ser el único motor de la evolución química, capaz por sí sola -con las condiciones adecuadas- de hacer que surja la vida necesariamente. Para De Rosnay, a diferencia de los otros dos científicos, la evolución carece de finalidad, es sólo fruto del azar. En el aire quedan temas tan interesantes como el modo en que surge la individualidad cuando un grupo de células se unen para formar un solo organismo.
Por último, Yves Coppens, paleontólogo y profesor del Collège de France, hace una interesante reconstrucción de la evolución de los homínidos hasta el Homo sapiens. A la vista de los datos fósiles, Coppens no es partidario del puro azar en la evolución; más bien existe, según él, una lógica, un sentido que la dirige hacia la complejidad.
Uno de los grandes aciertos del libro es no intentar abarcar demasiado. Por una parte, se ciñe sólo a lo que la ciencia puede decir en cada caso, y por otra, no abruma con datos ni términos científicos, por lo que se dirige a todo tipo de lectores. Quizá sobren algunas reflexiones sobre el futuro, contenidas en el epílogo, donde se abandera un cierto humanismo colectivo y ecológico que no está a tono con el resto del libro.
En varios casos los autores hablan de la total compatibilidad entre ciencia y religión, pero no entran, por método, en estas cuestiones. Pues, como dice Hubert Reeves, la ciencia «no permite interpretar lo que hay más allá de lo visible. Contrariamente a una opinión muy difundida, no elimina a Dios. Pero no puede probar ni su existencia ni su inexistencia. Ese discurso le es extraño».
Pablo de Santiago