Die Flucht aus der ZeitEl Acantilado. Barcelona (2005). 375 págs. 20 €. Traducción: Roberto Bravo de la Vega.
En 1916, en el Café Voltaire de Zúrich, comenzó su alocada andadura el dadaísmo, quizás el vanguardismo más radical. El polifacético escritor alemán Hugo Ball (1886-1927) fue, junto con Tristán Tzara, la cara más visible del grupo. Los textos que Ball dedica en este diario a sus actividades de entonces dan una imagen muy distinta a la que ha quedado del dadaísmo como fenómeno esperpéntico, rompedor y con poca sustancia. Para Ball, el dadaísmo es la manifestación artística más apropiada para el dramático momento que le tocó vivir, cuando los desastres de la Primera Guerra Mundial certificaron el fracaso de las teorías políticas, filosóficas y artísticas más en boga. Ball veía en el dadaísmo una revolución total, necesaria para transformar la sociedad.
Aunque el dadaísmo nace con estos presupuestos estéticos, el desmedido afán de protagonismo de Tristán Tzara lo transformó en un movimiento artístico más, decisión que no compartió Ball y que le llevó a ser uno de los primeros desertores de un vanguardismo que tuvo corta vida.
Las anotaciones de este diario comienzan en 1915 y finalizan en 1921. El diario se publicó en 1927, pocos meses antes de la muerte de Ball como consecuencia de un cáncer. Más que basarse en los hechos cotidianos de su vida, este diario es un testimonio de su evolución interior, de los múltiples asuntos que le interesan, de manera especial el futuro del arte y la situación política europea y alemana. Durante sus años en Suiza, a donde se fugó para no realizar el servicio militar alemán, son muy frecuentes sus reflexiones sobre el dadaísmo, el teatro, las manifestaciones artísticas, la filosofía. A medida que pasa el tiempo, Ball se muestra más interesado por la política y por el análisis del alma alemana.
A la vez, va anotando cómo se desarrollan sus trabajos literarios e intelectuales (publicó varios ensayos sobre Bakunin y también sobre Herman Hesse) y qué lecturas son las que más le impresionan, entre las que se incluyen algunos ensayos de Miguel de Unamuno. Más que cuestiones personales y cotidianas, Ball cuenta en su diario las reflexiones de un intelectual preocupado por el destino de su tiempo. A veces, sin embargo, hay consideraciones más biográficas, como cuando habla de su mujer, la también escritora Emmy Hennings, y de algunos viajes y episodios que vive el matrimonio.
Un importante capítulo de estos diarios lo ocupa su relación con el catolicismo, al que Ball regresa en 1921. En estos diarios, las reflexiones sobre la religión son abundantes y muestran el profundo conocimiento que tiene el autor del significado del catolicismo; para Ball, la crisis que padece la sociedad alemana y europea es una consecuencia del progresivo abandono de los valores cristianos.
Interesante y profundo libro, pues, que no se dedica a contar anécdotas del dadaísmo, sino que intenta atrapar el espíritu de unos años convulsos, críticos, desesperanzados. Al contrario que otros muchos contemporáneos suyos, Ball no quedó atrapado en la a veces superficial efervescencia de los movimientos de vanguardia; con inusitada pasión, intentó buscar la luz en el entramado, a veces caótico, de corrientes filosóficas e ideas que se entrecruzaron en esos años. Su conversión al catolicismo fue el lógico final, en su caso, de un itinerario repleto de intensas experiencias filosóficas y artísticas que le sirvieron para profundizar en la búsqueda de la verdad.
Adolfo Torrecilla