Tusquets. Barcelona (1995). 168 págs. 1.800 ptas.
«Me has dicho muchas veces que te gustaría un día escribir una novela en la que no hubiera una sola palabra seria. Una Gran Tontería por Puro Gusto. Me temo que ha llegado el momento».
Este párrafo de La lentitud es una broma que sirve muy bien para definir esta novela posmodernísima, escrita por uno de los grandes gurus de la posmodernidad. Naturalmente, se trata de una novela breve: tampoco el juego da para más, por entretenido que pueda resultar a Kundera. Y, para mayor sutileza, enlaza en la trama el momento actual con el tiempo de la Ilustración.
En 1777 se publicó en Francia un breve relato titulado Point de lendemain (Sin mañana), que narra la noche de placer que un gentilhombre de veinte años pasa en un castillo con una dama casada, que es amiga de su amante y amante de uno de sus amigos. En la historia de esa noche, única, sin futuro, piensa el autor-narrador cuando, junto con su mujer, se aloja una noche en un antiguo castillo al borde del Sena, convertido en hotel. Mientras observa los distintos grupos de huéspedes, el argumento se desarrolla a base de paralelismos, divergencias y variantes que encuentra entre un pasado y un presente separados por doscientos años. Al amanecer, imagina que el gentilhombre que retorna a su casa en calesa quizá pudiera cruzarse con el joven con casco que sale del hotel y está a punto de subir a su moto. Ambos acaban de pasar «una noche maravillosa», pero uno vive al ritmo de la lentitud del coche de caballos mientras que el otro se mueve al de la alta cilindrada.
Kundera traza una curiosa parábola simbólica que destaca lo permanente de la atracción erótica, más allá de la transformación de la técnica o de las variaciones de vestuario, a través de un argumento muy complejo, articulado en varios niveles de ficción realista y elucubraciones intelectuales. Desarrollada con recursos muy hábiles, la acción constituye una inteligente y aguda parodia de diversos estamentos de la sociedad actual -periodistas, pensadores, científicos, todos ellos ávidos de fama-, de la morbosa obsesión sexual, y del descontrol ético de un mundo que corre a toda velocidad sin saber hacia dónde.
La idea matriz de la novela es muy interesante, comprometida y arriesgada. Quizá por eso, el lector en seguida se da cuenta, con desilusión, de que Milan Kundera no piensa definirse ante el irónico muestrario de desvaríos socioculturales que exhibe. Se limita a señalar indicios ciertos pero dispersos de alarmantes decadencias, de estrepitosos vacíos, de clamorosos ridículos, para después inhibirse en un repliegue formalmente brillante, pero en el fondo decepcionante por su frivolidad y también por su falta de audacia.
Lo único que queda, al finalizar una lectura que cuesta esfuerzo por lo denso de la elaboración del texto tras su aparente simplicidad, es una cierta fatiga por la obscenidad del lenguaje y por el enorme sobrepeso de crudo erotismo que recarga muchos pasajes de la obra. Y después… apenas nada.
Pilar de Cecilia