En La libertad democrática, Daniel Innerarity sale una vez más, si puede decirse así, en auxilio de la democracia. Y es que, escuchando algunas voces, cabría pensar que su extinción está próxima. Desde luego, la degradación de la política y su permanente polarización (abundantemente sazonada con discursos llenos de odio), entre otras cosas, podría hacernos pensar que la democracia se enfrenta a poderosos enemigos o que es un sistema político poco fiable.
Ninguna de estas dos conclusiones tiene fundamento para Innerarity. Porque, a su juicio, el poder de la democracia estriba precisamente en que es un sistema que soporta un alto grado de tensión. Fiel a lo que viene insistiendo desde hace tiempo, considera que la solidez y la eficacia de la democracia no las proporcionan ni las condiciones epistémicas de sus actores políticos ni sus cualidades morales, sino que dependen del saber que logra distribuir, así como las condiciones institucionales que la ponen al abrigo de los posibles disparates de incompetentes, iluminados o malvados. Con todo, se echa en falta un mayor reconocimiento del papel que la calidad moral de los ciudadanos puede desempeñar en el juego democrático.
La libertad democrática pone el énfasis en la ganancia de libertad que la democracia debe suponer para todos los ciudadanos. A ese incremento de libertad dedica uno de los cinco bloques que conforman el libro, el más polémico quizá, por ser el más concreto. En sendos capítulos se hace eco, aceptando, criticando o matizando, numerosas demandas de libertad –nuevas politizaciones– presentes en nuestra sociedad: las relativas al cuerpo (aborto, eutanasia, maternidad subrogada, cuestiones de género, fecundación artificial, la relación con los alimentos, etcétera), a la escuela y la familia (una escuela que concibe más como ámbito de socialización que como prolongación de la familia), al papel de la religión en la configuración de la ciudadanía –con referencia crítica a la identidad cristiana de Europa–, el cuestionamiento de la monarquía, el verdadero significado político de las naciones o el impacto de las tecnologías digitales en la vida social.
El problema, según el autor, es que no disponemos de herramientas conceptuales adecuadas para dar solución a los desafíos presentes. Leer a Innerarity constituye siempre un baño de realismo político, en el que el lector, sin tener que renunciar a los bienes comunes que legitiman la democracia, queda vacunado frente a los juicios apresurados o las expectativas exageradas. Un realismo que parte de la aceptación de las limitaciones de la democracia, pero no elude las transformaciones sociales. Un realismo, en fin y sobre todo, que ayuda a comprender un poco mejor cómo funciona esa realidad esquiva, inevitable, siempre controvertida, pero apasionante que es, en suma, la política.