Tusquets. Barcelona (1995). 102 págs. 1.400 ptas.
Se considera a Francisco Brines (Oliva, 1932) el poeta metafísico de la generación de los años cincuenta, por sus constantes referencias, estoicas y elegíacas, al tiempo, al amor, a la vida y a la muerte. Para Brines, vivir es un don, pero es también pérdida y viaje hacia el vacío, en contraste con la dicha fugaz de algunos momentos.
En La última costa no se aparta de estas ideas, presentes en sus obras anteriores, que aquí adquieren un tono testamental, más árido, ante el final que el poeta siente cercano. También ahora, como en libros anteriores, Brines parte de su experiencia íntima, de su vida, rememorada en el paisaje mediterráneo y en recuerdos de su infancia.
Si la vida es un don, hay que preguntarse por el donante. En este libro hay numerosas referencias a Dios y al contraste entre el Dios y la inocencia de la infancia y los dioses y el desencanto posteriores, hasta abocar en una actitud agnóstica y nihilista.
Pienso que todo poeta que de verdad lo sea no puede ser ateo, porque sabe que la palabra, el germen del poema, es un don que lo trasciende («El ángel del poema», se titula uno de los que componen este libro). Brines, por tanto, no puede borrar a Dios; en su agnosticismo, lo nombra oscuramente: la Sombra, Nadie, el Escondido, ¿Quién?, Azar; o como si se desentendiera del universo, como en la metáfora final del poema «Imágenes de un espejo roto», en el que Dios es un fantasma que camina con un bastón de ciego. En ese mismo poema -y en otros-, habla de la falta de sentido de la existencia, que se reduce a una sucesión de episodios fragmentados, extraños entre sí. Por esto, se preguntará en otro poema: «¿Amar qué significa si nada significa?».
Esas ideas se repiten con variedad de matices a lo largo del libro, pero no se atisba una respuesta a los interrogantes y a la angustia que planean en los poemas, escritos en un estilo denso, con resonancias clásicas y líricas imágenes. De la lectura de La última costa se deduce que el riquísimo legado del cristianismo está casi ausente de la cosmovisión de Brines.
Luis Ramoneda