Catedrático de la Universidad Complutense y crítico literario en diferentes medios de comunicación, Santos Sanz Villanueva es autor de numerosos estudios sobre la literatura española contemporánea. El hilo conductor de este volumen es que la Guerra Civil “truncó la normal evolución de la vida española”.
Comienza el autor analizando la literatura escrita durante la Guerra Civil, un anticipo de lo que vendrá después, pues en la inmediata posguerra se ponen de moda novelas al servicio de los vencedores, con narraciones bélicas maniqueístas. Poco a poco, sin embargo, surge un tipo de novela que busca distanciarse de ese triunfalismo exaltado, subrayando el vacío y la desolación que provocaron aquellos sucesos. Aparece así el tremendismo, que en la mayoría de los autores se transforma en un existencialismo un tanto exacerbado. De estos años, Santos Sanz Villanueva destaca especialmente la obra de Carmen Laforet, Gonzalo Torrente Ballester, Camilo José Cela y Miguel Delibes.
Estos autores propician posteriormente la aparición de un realismo que aborda de manera crítica y objetiva los problemas de su tiempo. Algunos autores se mueven en un terreno social y existencial; otros, sin embargo, derivan hacia un realismo comprometido donde la estética social y política ahoga la propia literatura. En la década de los cincuenta se consagran escritores como Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite, Rafael Sánchez Ferlosio y Jesús Fernández Santos. En otros, se dará de manera más acusada su interpretación de la literatura como herramienta social y política, como les sucede a Juan García Hortelano, José Manuel Caballero Bonald y Juan Goytisolo. También en estos años comienzan a publicar Ana María Matute y Juan Marsé.
El realismo objetivista provoca, sin embargo, hartazgo estético. Y un grupo de escritores rompen deliberadamente con él. Es el caso de Luis Martín Santos y Juan Benet, máximos exponentes de este proceso de renovación que hace posible que otro grupo de escritores tomen protagonismo en esos años: Francisco Umbral, Javier Tomeo, Félix de Azúa, José María Guelbenzu, Vicente Molina Foix y Manuel Vázquez Montalbán, entre otros. Estos abren la puerta a un experimentalismo que en algunos casos adquiere tintes radicales, aunque también es el caldo de cultivo de una renovación del realismo, como se comprueba en los singulares casos de Luis Mateo Díez, José María Merino y Juan Pedro Aparicio.
Concluye este ensayo con el detenido análisis de la obra de Eduardo Mendoza. De todas maneras, afirma Sanz Villanueva, y para no mitificar ni siquiera literariamente la transición, “haber alcanzado la novela la edad de la normalidad no quiere decir que hubiera llegado a un nuevo siglo de oro”.
El autor sintetiza los principales rasgos de cada autor y analiza con profundidad sus obras fundamentales. Tiene también el acierto de abordar la obra de muchos novelistas secundarios y ya olvidados.
Como suele suceder en este tipo de historias, sorprenden algunos silencios y la desmedida atención que se presta a otros autores, pero estosuele ser normal en un ensayo repleto de opiniones y juicios de valor que hacen más amena y polémica la lectura, aunque algunos juicios no se compartan.