Palabra. Madrid (1998). 280 págs. 2.100 ptas. Trad.: Antonio. Esquivias.
En las entrevistas a las grandes figuras del deporte, de la empresa, del espectáculo, es frecuente escuchar: «A mí nadie me ha regalado nada en la vida. Mi éxito es fruto de mi trabajo y de mi esfuerzo». Hay en el ambiente una cierta tendencia a pensar que recibir gratuitamente es indigno. Y así, continúa creciendo el mito del self-made man, del hombre hecho a sí mismo, de la autorrealización, de la originalidad inagotable del individuo.
Alejándose de este punto de vista, el filósofo italiano Rocco Buttiglione nos recuerda en un libro recientemente traducido que los valores que dan más consistencia a nuestra vida han sido recibidos en la familia. Uno puede luego madurar esos valores, o disiparlos, pero la mayor parte de la sustancia del éxito individual está hecha de material recibido. De entre todos esos valores recibidos, hay uno fundamental, que es la experiencia de ser «persona». Saberse persona es ser consciente de que uno ha nacido de una comunión y de que se realizará exclusivamente en comunión con otros. Pero ¿qué «otros» son estos?: ¿pueden ser cualesquiera «otros»?
Según el filósofo italiano, sólo ese entorno que llamamos familia es apto para mostrarnos lo que somos. Cierto, no todos los núcleos que hoy llamamos familiares consiguen proporcionar al individuo la vivencia de «ser persona», el capital inicial para conformar y mantener una vida llena de sentido. Pero si algunos no lo hacen es porque no llegan a responder a su misión originaria, y por lo tanto, no llegan a ser verdaderamente una familia. Precisamente por eso es urgente explicar cómo debe organizarse un entorno de convivencia para que llegue a ser familia.
La familia confiere al individuo su condición y su conciencia de persona básicamente en tres momentos: nacimiento, matrimonio y muerte. En el nacimiento y en la infancia la persona experimenta su dependencia absoluta del adulto que le cuida. A partir de ahí, puede aprender que su vida es puro don, que su entrada en el mundo ha sido posible porque otros le han hecho un «hueco». Pero la psicología del niño sólo descubre la gratuidad que le da origen si durante el proceso de formación de su conciencia observa la dinámica del don en la vida de quienes le cuidan. De lo contrario, su sensibilidad para el don se bloquea, y termina planteándose la vida como lucha de contrarios y equilibrio de intereses. Piensa que el hombre honorable es el que triunfa como fruto de su esfuerzo y de su astucia (imagen griega del héroe).
La atracción por una persona del otro sexo y el deseo de llegar a la unidad con ella nos pone de nuevo ante la experiencia de la propia insuficiencia, y nos da una nueva oportunidad para descubrir que el sentido de la existencia procede de una donación gratuita. Esta nueva experiencia del don nos empuja a la generosidad y nos introduce en una dinámica de comunión. Comunión que inicialmente puede reclamar expresiones prevalentemente corporales, pero que, ante la evidente limitación de lo biológico, busca afirmar su valor en un encuentro que es también espiritual. En la crisis de un matrimonio, según Buttiglione, hay que rastrear la inestabilidad de un ser que no ha sabido vivir con suficiente profundidad el tránsito de la donación corporal a la espiritual, perdiendo con ello la dimensión de totalidad de la gratuidad que da sentido a la existencia.
La tercera oportunidad que la vida nos ofrece para comprender el carácter gratuito de nuestro ser personal es la muerte, principalmente la muerte de alguien muy cercano: un padre, un marido, un hijo. La nostalgia y la ausencia nos ayudan a comprender que nuestra vida tenía sentido en la medida en que era vivida en la intimidad de otra persona. Con la muerte de alguien querido se tambalea la jerarquía de significados que daba sentido a la realidad. De ahí que cueste tiempo volver a rehacer esa jerarquía y que su total recuperación sólo sea posible si la experiencia de la muerte nos lleva a Dios.
Rocco Buttiglione explica también en su libro cómo el trabajo humano se orienta a garantizar las condiciones que permiten una existencia personal, y cómo ésta se concreta en el interior de la familia. En definitiva, trata de explicar el papel que tiene la familia en las dimensiones más importantes de la vida del hombre, y en ese sentido, se puede decir que desarrolla una auténtica filosofía de la familia.
Una de las sorpresas más gratificantes del ensayo es que no es un planteamiento puramente abstracto, sino que trata de integrar resultados empíricos y teorías procedentes de la psicología y de la sociología. Buttiglione (Puglia, 1948) es discípulo de Augusto del Noce; conoce bien a Freud y a los neomarxistas heterodoxos de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Marcuse); pero, sobre todo, es experto en el pensamiento de los personalistas cristianos Luigi Giussani y Karol Wojtyla; sobre éste último tiene un magnífico ensayo titulado El pensamiento de Karol Wojtyla (1982).
Gabriel Vilallonga