La preferencia por lo primitivo

TÍTULO ORIGINALThe Preference for the Primitive

GÉNERO

Ernst H. GombrichDebate. Madrid (2003). 324 págs. 38 €. Traducción: Juan Manuel Ibeas.

Este libro póstumo de Gombrich -seguramente el más célebre de los historiadores contemporáneos del arte- no se nos presenta en forma de colección de conferencias y artículos, en contra de lo acostumbrado por este autor. Sin embargo, la base es ese tipo de producciones, dispersas a lo largo de bastantes años. Esto revela lo detenido del estudio de un tema que ha sido capital para el arte contemporáneo, pero que no es exclusivo de ese periodo, sino que se presenta aquí como una constante del gusto occidental.

Para abordarlo, Gombrich parte de Platón y de Cicerón, quienes ya se sentían perplejos ante esa preferencia por lo primitivo que hacía que lo nuevo no perviviera en nuestro gusto con tanta intensidad ni duración como lo antiguo, con toda su tosquedad y rudeza. Ese principio se apoya en dos ideas fundamentales: una mantiene que lo anterior es más sencillo y, por tanto, más puro, idea cuyo origen está en Aristóteles y su metáfora biológica; y otra asegura que el arte occidental que ha buscado la mayor semejanza posible con la realidad es mejor que aquel otro que tiene preferencia por la expresión o el símbolo.

Esta es la línea seguida en el Renacimiento, un periodo en el que la antigüedad como concepto, y por tanto la mirada hacia lo primitivo, cobra una importancia capital. Pero también en los siglos XVIII y XIX, cuando Herder y Goethe meditan sobre lo inveterado nacional, cuyo origen estaría en la Edad Media, y los pintores medievalistas (como los prerrafaelistas ingleses y los nazarenos alemanes) acuden a fuentes ya olvidadas para desarrollar sus temas pictóricos. Gauguin y Rousseau, y luego Picasso y Klee, son algunos de los ejemplos plausibles del poder que la idea de lo primitivo ganó en el arte occidental contemporáneo.

De todos modos, Gombrich considera que ese primitivismo es a veces sólo pretendido, porque los pueblos primitivos no lo son en un sentido intelectual, pues su forma de pensamiento puede ser tan compleja o más que la de los habitantes del mundo desarrollado. Si su arte no alcanza la imitación de la naturaleza es sencillamente porque no lo pretende, pues cuando lo intenta acaba consiguiéndolo, si bien después de un proceso de perfeccionamiento. Gombrich aduce como ejemplo la imagen de una figura humana modelada por un ciego, cuyo efecto primero es muy expresivo, pero que no tiene necesariamente en su origen esa intención. También el arte infantil y el de los locos provocó gran atracción en la comunidad del arte en los años de entreguerras por su pureza primitivista, y Gombrich se enfrenta a ellos con una herramienta del psicoanálisis que mira hacia atrás: la regresión. Del mismo modo, dedica unas páginas al extraño influjo que esas fases anteriores ejercen en las posteriores a través de la atracción por el coleccionismo de antigüedades, aun las herrumbrosas y las carcomidas.

Como se ve, lo primitivo tiene para Gombrich un significado más amplio que abarca no sólo lo que tiene un aspecto prehistórico, sino también todo lo que va antes en un proceso de desarrollo, ya sea histórico, técnico o intelectual. Y el interés que concita no siempre es de su gusto, porque de lo primitivo se toma las más veces lo exótico y no lo fundamental: que lo importante de la simplificación de las formas, ese primitivismo, es que permite un mejor análisis de la realidad porque puede ser descompuesta en conceptos y ordenada en ideas. Por eso, Gombrich nos alerta de que el camino para acercarnos al arte primitivo es justamente el contrario al que se suele emprender, lo que le hace terminar con esta máxima: «Cuanto más te guste lo primitivo, menos primitivo has de volverte».

José Ignacio Gómez Álvarez

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