Existe una profunda preocupación por el fenómeno woke y cómo afecta a nuestros sistemas constitucionales y, por extensión, a nuestras vidas. Fruto de ello son los diferentes libros que se han publicado sobre el particular. Este de Jean-François Braunstein se inserta en esa línea y ocupa, por méritos propios, un lugar destacado en el escalafón. Es, además, una especie de corolario de su libro más afamado, La filosofía se ha vuelto loca, donde analizaba el pensamiento posmodernista, desde las incoherencias de la ideología de género hasta las del animalismo.
Para Braunstein, lo woke blande buenos motivos, como la lucha contra la discriminación o la justicia social, pero promueve principios inasumibles. Y más o menos, en defensa de supuestas víctimas, suscribe todos los valores de esas filosofías que han perdido la cabeza. Tiene sus adeptos, sus rituales. Casi sus ministros. Es, en el peor sentido de la palabra, una nueva religión.
Braunstein llama la atención sobre el hecho de que el objetivo woke por excelencia es destruir (ellos dicen deconstruir) el acervo científico, cultural y patrimonial de un Occidente acusado de ser la fábrica y la correa de transmisión del racismo, el sexismo y el colonialismo, entre otras muchas cosas.
Para el francés, sin embargo, el extremismo woke casa mal con el debate libre, lo cual se manifiesta en los actos de cancelación. Por otro lado, aumenta la victimización de quienes pertenecen a los colectivos vulnerables, con lo que las posibles soluciones a sus problemas se enquistan. Todo problema mal diagnosticado es un problema mal resuelto. Como lo woke exige que solo nos fijemos en lo que sus partidarios apuntan, dirá Braunstein, no se consigue resolver los problemas reales de nadie, porque el paisaje es mucho más complejo y denso que el panorama que pintan: ven un árbol y pretenden hacernos creer que es el bosque al completo.
El filósofo arguye que de nada vale indignarse. Es necesario intentar comprender los motivos del éxito de esta nueva religión, no ya para desenmascarar a quienes la profesan, sino por el eco social y político que alcanza entre amplias capas de la población (el fenómeno no goza de tanto arraigo fuera del ámbito anglosajón, la verdad sea dicha). Sea como fuere, lo woke no va a desaparecer de la noche a la mañana, nos dice Braunstein. Probablemente tenga razón. De ahí la necesidad de leer estos libros y comprometerse en la defensa de la libertad de expresión y de pensamiento.