El País/Aguilar. Madrid (1994). 205 págs. 1.950 ptas.
Pilar Bonet, corresponsal de El País en Moscú, subtitula su obra Borís Yeltsin, un provinciano en el Kremlin. Pero este libro de investigación no es una biografía, sino un detallado análisis de la identidad política del presidente ruso y de algunos hombres de su entorno que proceden, como él, de la provincia de Sverdlovsk (hoy Yekaterinburgo), en los Urales.
Gran parte de la obra está dedicada a la experiencia de gobierno de Yeltsin como máximo responsable comunista en aquella región entre 1976 y 1985. La autora ha estudiado a fondo los archivos de Sverdlovsk y ha encontrado a un Yeltsin que, a principios de los años 80, era un fiel funcionario del Partido que reproducía miméticamente todas las fobias del sistema: críticas a la emigración judía, educación antirreligiosa o lucha contra la «opresión ideológica» desencadenada por las emisoras extranjeras.
Tras el traslado de Yeltsin a Moscú en 1985, de la mano de Gorbachov, su trayectoria empieza a cambiar. La transformación se hace más profunda cuando se agudiza su enfrentamiento personal con Gorbachov. Yeltsin irá más allá, y contribuirá decisivamente a la desintegración de la URSS, juntamente con los presidentes de Ucrania y Bielorrusia, al preferir sus ambiciones políticas a la preservación del Estado soviético.
La autora parece suscribir este juicio sobre Borís Yeltsin atribuido a Alexei Kazannik, fiscal general de Rusia: «Era un secretario del Partido y continúa siéndolo». La conclusión final es que la nueva Rusia resulta imposible desde el momento en que imperan en ella métodos autoritarios, y las credenciales democráticas de Yeltsin son dudosas. Pero ¿dónde pueden encontrarse garantías democráticas en la oposición nacionalista o comunista?
Antonio R. Rubio