Barbara W. Tuchman (Nueva York, 1912-1989), que destacó por su habilidad retratando personas, intentó en esta obra retratar una época. La tesis del libro es sencilla de enunciar: la que más tarde se conoció como la Belle Époque resultó hermoseada en el recuerdo a causa del horror que la siguió: la Gran Guerra (1914-1918). Pero, si se la mira con detenimiento, se advierte cómo germinaban en ella las semillas que tan amargo fruto dieron.
De algún modo, Tuchman ofrece en este libro un complemento de su espléndido Los cañones de agosto, centrado precisamente en la Gran Guerra. La torre del orgullo indaga en las causas del estallido de la conflagración en 1914, una de esas preguntas que desafían la interpretación de la historia de Occidente.
Tuchman elabora una respuesta a ese interrogante en un retablo de ocho escenas: la alta sociedad británica y su gobierno del mayor imperio del mundo, el anarquismo o el terrorismo fanático con que los desesperados creyeron luchar por un mundo ideal, el comienzo de la aventura imperial de los Estados Unidos fuera del continente americano, el acerado debate político interno en la Francia de finales del siglo XIX, las relaciones diplomáticas y el belicismo en la era de la paz armada, el tormento y el éxtasis de la vida cultural alemana, el comienzo de la vida política democrática en la Inglaterra postvictoriana, y el socialismo frente al patriotismo y la guerra.
Cada una de las escenas está habitada por personajes minuciosamente retratados unas veces, y otras sólo esbozados. Casi nunca falta en el discurso de Tuchman la descripción física de los actores de la historia que relata. Consigue así dotar a su composición de una enorme plasticidad, que resulta reforzada por su inteligente y prolífico manejo de las citas y de las referencias cruzadas: el lector tiene la impresión de ver a los protagonistas, escuchar sus conversaciones y sentir el ambiente en que se desenvolvían.
Quizá el cuadro resulte demasiado centrado en Occidente. Puede que esa sea la razón por la que la autora escribió años más tarde otra obra que le valdría un segundo premio Pulitzer: Stilwell and the American Experience in China, 1911-1945. En todo caso, la argumentación resulta marcadamente atlántica, Asia o África apenas aparecen, y el mundo mediterráneo, sólo de forma marginal. Con todo, España figura como protagonista de primera línea en dos momentos de resonancia mundial de su historia: el asesinato de Cánovas por un anarquista, y la guerra contra los Estados Unidos en 1998.
Alguna decisión sorprendente confiere cierta genialidad a la obra, como por ejemplo elegir el retrato del compositor Richard Strauss para evocar la Alemania de preguerra. Cierto que el Kaiser aparece como un actor secundario, y Nietzsche como la fuente de la opinión allí triunfante entonces, pero eso no obsta para que resulte notable la elección de un músico para describir el “heroísmo brutal que flotaba en el aire” germano de esos años.
La obra sigue los cánones liberales anglosajones de interpretación política y social: realista y marcadamente empirista. La calidad del análisis psicológico de los protagonistas la salva hasta cierto punto del materialismo. Si, además, se concede que uno de los mejores tributos al espíritu es el sentido del humor, cabe fácilmente disculpar la casi nula entidad que reconoce a las realidades espirituales. Quizá por eso, casi todo sea en este libro un fino bosquejo de cómo el poder de los hombres está siempre impregnado de fragilidad, y cómo su orgulloso disfrute lleva muchas veces aparejada la maldición de la ceguera.