Los animalistas, los especistas, la ecología profunda, el Proyecto Gran Simio y otros movimientos de este tipo sostienen -dicho de modo abreviado y sin entrar en todos los matices- que los animales tienen un estatus moral propio y no inferior al ser humano. Es más: algunos de ellos afirman que ciertos animales, aun no siendo humanos, sí son personas y nosotros tenemos deberes morales con ellos.
Adela Cortina establece un minucioso diálogo con cada uno de esos movimientos animalistas: explica la postura que defienden respecto a nuestros deberes con los animales y luego la contrasta con su propia ética. Se trata de la ética cordial basada en el reconocimiento recíproco de seres que se saben y sienten como seres dotados de competencia comunicativa, la cual consiste en una razón humana capaz de estimar y sentir. La catedrática valenciana extrae las raíces de su ética de Kant, y de modo más inmediato se apoya en la ética comunicativa de Karl Otto Apel y Jürgen Habermas.
En su análisis, la autora de numerosos libros divulgativos de ética bascula en este ensayo entre una argumentación rigurosa y otra más apoyada en el sentido común. Por ejemplo, Peter Singer mantiene que el especismo, por el que una especie -la humana- ejerce una forma de dominio sobre las demás, es similar al sexismo o racismo. Cortina distingue entre el supuesto antropocentrismo de la especie humana criticado por los animalistas y el racismo o el sexismo, pues aunque los especistas engloben sus acciones como similares, no pueden sostener sus posiciones con rigor.
También analiza Cortina si tenemos deberes directos con los animales que se deduzcan de derechos correlativos suyos fundados en su competencia comunicativa o más bien, aunque los animales no tengan ciertos derechos, nosotros sí debemos tratarles de un modo ético, evitándoles -por ejemplo- sufrimientos inútiles. Para ello expone algunos rasgos del utilitarismo y el contractualismo, sistemas éticos muy trabajados por la autora.
Al final del recorrido, Adela Cortina se detiene en la ética basada en la ley natural, la que afirma que el ser humano se caracteriza por su racionalidad, la cual posee por pertenecer a la especie humana. A estas alturas del libro, el lector deduce que los animalistas se basan más en el uso de las capacidades humanas sensitivas que en las facultades racionales, y argumentan desde la emotividad para evitar sufrimientos, maltrato y tortura a los animales, más que desde argumentos sólidos. Por ejemplo, así es el enfoque de algunos animalistas que consideran a los animales desde sus capacidades para llevar una vida satisfactoria, pues son capaces de sentir y experimentar lo que el medio natural les ofrece, y por lo tanto no tenemos derecho a privarles de su libertad, ni a explotarlos o exhibirlos.
Cortina no acepta la ley natural, sino que la matiza desde su ética cordial: los animales no son conscientes de su capacidad comunicativa y, claramente, no pueden ejercerla del mismo modo que hacemos los humanos.
En un epílogo lleno de sentido común, Cortina cierra las tres preguntas que planteó al inicio del ensayo sobre el modo de tratar a los animales con una solución intermedia y moderada: el ser humano muestra su valía ética en su modo de tratar a los animales, sin hacerles sufrir innecesariamente, pero los animales en ningún caso -ni aun los grandes simios, primates o bonobos- tienen la dignidad de los humanos.