Alfaguara. Madrid (2004). 149 págs. 16,50 €. Traducción: Adan Kovacsics.
Toda la literatura del escritor húngaro Imre Kertész (Budapest, 1929), premio Nobel en 2002 (ver servicio 131/02), se sitúa en un proceso de indagación problemática sobre el propio yo, bien en forma de novela -Sin destino, Fiasco, Kaddish por el hijo no nacido-, de literatura memorialista -Yo, otro. Crónica del cambio- o de libro de ensayos -Un instante de silencio en el paredón-. Kertész vuelve una y otra vez a su dramática experiencia en el campo de concentración de Auschwitz, a su vida en la Hungría comunista y a su identidad como judío. Tanto Liquidación, primera novela que publica después de obtener el Nobel de literatura, como Diario de la galera, que reúne sus diarios desde 1961 hasta 1991, insisten en la misma dirección.
Liquidación tiene una factura más novelesca que otros escritos de Kertész. En ella, un editor húngaro busca desesperadamente una novela que su amigo Bé escribió antes de suicidarse en 1990. La novela reconstruye la vida de Bé y el opresivo ambiente moral en el que nació (su madre dio a luz en el campo de concentración de Auschwitz) y vivió (la Hungría comunista). Su agónica existencia explica la evolución de muchos intelectuales húngaros, que primero vivieron marcados por el hecho de ser judíos y luego tuvieron que sobrevivir en un régimen comunista empeñado en convertir el país en otro campo de concentración.
Liquidación es un texto denso, reflexivo, sombrío. La atmósfera resulta un tanto agobiante, pues Kertész vuelve una y otra vez sobre el proceso de autodestrucción de Bé. La novela adquiere la forma de drama metaliterario, donde planean las obsesiones existenciales de Kertész: el judaísmo, la huella de Auschwitz, la represión policial durante la dictadura comunista.
En el Diario de la galera su yo aparece de una manera más descarnada, pues una buena parte fue escrita cuando todavía no había publicado nada. Por eso son más auténticas sus reflexiones sobre su vida como escritor ignorado por todos. No abundan los comentarios sobre la realidad que le rodea (salvo puntuales quejas sobre el desarrollo de la enfermedad de su madre o la realidad política y cultural de Hungría).
Kertész prefiere omitir la narración de hechos menudos, intrascendentes, familiares, que podían servir para conocer mejor su intimidad. «Mi vida es terrible en todos los sentidos, excepto en el sentido de la escritura: así pues, escribir, escribir, para soportar mi existencia; es más, para justificarla». Prefiere reflexionar sobre sus inquietudes culturales, filosóficas y religiosas, siempre teñidas de un ambiguo pesimismo, aunque en ocasiones se vislumbre una tímida y escéptica esperanza, aunque sea humana. Dios es una metáfora, pero una metáfora necesaria.
Un peso importante de sus diarios es el diálogo que mantiene con los autores a los que traduce: Camus, Pascal o Nietzsche, por citar algunos ejemplos. También hay digresiones sobre algunas lecturas y sobre algunos autores recurrentes, entre los que destacan Kakfa y el también húngaro Sándor Márai. Se echa en falta la vida, pero Kertész la ha eliminado de sus diarios de una manera deliberada, asqueado como está de la realidad política que le rodea. Y una y otra vez, en las dos obras, surge Auschwitz como el patético símbolo de su identidad y destino.
Adolfo Torrecilla