Liras entre lanzas. Historia de la literatura “nacional” en la Guerra Civil

Castalia. Madrid (209) 383 págs. 24 €.

GÉNERO

A la numerosísima bibliografía existente sobre la Guerra Civil española se suma este estudio sobre la literatura “nacional” durante la contienda, periodo apenas estudiado por los especialistas que han optado por reivindicar, de manera generalizada, la literatura escrita en el bando republicano. José María Martínez Cachero, Catedrático Emérito de la Universidad de Oviedo y experto en la literatura española de los siglos XIX y XX, escribe en el prólogo que la literatura del bando “nacional”, por cuestiones ideológicas, ha sido “olvidada o menospreciada por algunos tratadistas como si no hubiese existido”. Su deseo es abordar esta literatura desde la objetividad e independencia, sin caer en la trampa del maniqueísmo ideológico y sin buscar falsas comparaciones con lo que, en esos mismos años, se estaba escribiendo en el bando republicano.

Para situar el tema abordado, en el primer capítulo Martínez Cachero analiza las ciudades del bando nacional que tuvieron un destacado protagonismo político y cultural, como fueron especialmente Burgos Salamanca, Pamplona, San Sebastián (“Madrid al borde del mar”, como la definió Agustín de Foxá) y Sevilla. En estas ciudades muy pronto nacieron numerosas iniciativas culturales del nuevo régimen. A continuación describe la actividad cultural relacionada con la publicación de diarios y revistas. Los nuevos periódicos que nacieron, además de compartir la línea editorial, mostraron también las diferentes sensibilidades que había en el bando nacional: monárquicos, carlistas, católicos, derechistas, falangistas, etc.

Fueron muchas las revistas culturales que nacieron durante esos años, algunas de gran calidad, a pesar de las circunstancias. Por ejemplo, en Burgos vio la luz la revista Destino, que dirigía Ignacio Agustí; y en San Sebastián, la revista humorística La Ametralladora, precedente de Gutiérrez y La Codorniz, que dirigió Miguel Mihura y donde colaboraron escritores de la talla de Tono, Edgar Neville, Jacinto Miquelarena y Álvaro de Laiglesia. También durante la guerra nacieron las revistas Jerarquía, Mediodía, Misión, Domingo y Vértice, entre otras muchas.

En sucesivos capítulos Martínez Cachero habla de la producción de libros por géneros literarios. Comienza con las crónicas de guerra escritas por autores nacionales. Las más difundidas, aunque de dudosa calidad literaria, fueron las que escribió Víctor Ruiz Albéniz, que firmaba con el seudónimo de “El Tebib Arrumi”. Los libros de memorias durante esos años fueron legión pues muchos aficionados pusieron por escrito sus testimonios como combatiente nacional o como cautivo del enemigo republicano. En relación con los ensayos publicados, Cachero analiza más detenidamente los que publicaron Eugenio D´Ors, Ernesto Giménez Caballero, Eugenio Montes y Federico García Sánchiz.

“Por su condición de género más en contacto directo con el público destinatario -escribe Cachero- fue el teatro especialmente atendido así en la teoría como en la práctica”. Por toda la geografía “nacional” proliferaron compañías profesionales y grupos de aficionados que llevaron el teatro a todos los rincones con representaciones de autores clásicos -la opción preferida por el nuevo régimen- y obras de circunstancias que entrarían dentro del denominado “teatro de urgencia”. Pero también durante la guerra algunos autores de renombre -como Joaquín Calvo Sotelo, Miguel Mihura, Jardiel Poncela, Eduardo Marquina, Adolfo Torrado- estrenaron obras, no todas directamente vinculadas con la marcha de la guerra civil. En este sentido, Cachero destaca la calidad de la obra de teatro de Foxá Cui-Ping-Sing, alejada de la literatura de compromiso.

Sobre la poesía, como sucedió en el bando republicano, se dio lo que el autor describe como multitudinaria movilización en la que participaron especialmente los poetas aficionados, que abusaron hasta la saciedad del género heroico-propagandístico. De todas maneras, hubo poetas de renombre que pusieron su poesía también al servicio de la causa, con más o menor intensidad y calidad, como sucedió con Manuel Machado, Gerardo Diego, Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo, José María Pemán…

La valoración que hace Martínez Cachero de la producción novelística durante estos años es negativa, pues el maniqueísmo ideológico ahogó la calidad literaria. Aquí también proliferaron los escritores aficionados, que fueron los que más mezclaron en sus narraciones lo sentimental-rosáceo y lo político-bélico, con escasos vuelos. Hay, de todas maneras, algunas salvedades. Otra vez vuelve a aparecer Agustín de Foxá, autor de Madrid de corte a cheka, publicada en abril de 1938 y considerada como una de las mejores novelas sobre la guerra civil.

En el epílogo, José María Martínez Cachero hace un rápido balance de esta literatura: “estamos ante una creación en buena medida ocasional, urgida por las circunstancias bélicas y políticas que no concedían tregua para el sosiego del ánimo y la consiguiente obra en libertad”. Y en su valoración personal destaca el papel que desempeñaron tres importantes escritores: Agustín de Foxá, José María Pemán y Jacinto Miquelarena.

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