Destino. Barcelona (2002). 366 págs. 17,21 €.
Lenguaje cuidado y estructura fallida suelen ser características de muchas novelas de poeta, como es Ángela Vallvey (Ciudad Real, 1964), autora de tres poemarios, varios relatos juveniles y las novelas A la caza del último hombre salvaje y Vías de extinción. En Los estados carenciales, Premio Nadal 2002, abundan las frases y los párrafos perfectos, y son notables muchos diálogos y descripciones. También está bien construido el mosaico de personajes y situaciones en torno a una especie de academia socrática madrileña que se dibuja en la primera parte: cada capítulo empieza con una cita clásica y el episodio que sigue la ilustra de un modo poco convencional pero sugerente. Sin embargo, no están igualmente trabajadas la segunda y tercera partes, respectivamente centradas en Penélope y Ulises, una pareja de triunfadores, diseñadora de modas ella, pintor y cuidador del pequeño Telémaco él. Y la última parte parece una colección de frases que no han tenido cabida en el texto, todo trufado de citas tomadas de multitud de filósofos y escritores.
Ahora bien, donde la novela decepciona y fracasa es en el mismo contenido. La misma escritora dice que se propone hacer una reflexión sobre la búsqueda de la felicidad y, a la vez, que quiere reivindicar la autodeterminación de la mujer en su vida sexual. Y entonces lo segundo, unido a los acentos irónico-bromistas, anula lo primero: no puede haber profundidad en un mar de descripciones más o menos exhibicionistas, entendido esto en sentido técnico-literario y mucho más aún en sentido comercial-popular. La mayoría de los lectores se quedarán enganchados, una minoría lamentará el talento desaprovechado de la escritora, y otros se preguntarán cómo el Premio Nadal puede concederse a una colección de historias propias del consultorio de una revista estúpida, muy bien vestidas, eso sí. Esa misma frivolidad parece dictar las penosas comparaciones de la Sagrada Familia con una «familia disfuncional», de las que hay muchas en la novela: no pasa nada porque la familia normal vaya extinguiéndose, dice la autora. Según para quién, habría que responder.
Luis Daniel González