Lumen. Barcelona (2006). 303 págs. 13,90 €. Traducción: Toni Hill.
«Los últimos hechizos» es la primera novela que se traduce al castellano del escritor inglés Robert Liddell (1908-1992). Autor de once novelas, ensayos y traducciones, Liddell pasó casi toda su vida fuera de su país. Tras estudiar en Oxford, se trasladó primero a Grecia, después a Egipto y luego nuevamente a Grecia, donde ejerció como profesor en el British Council y vivió hasta su muerte. «Los últimos hechizos» fue publicada en 1949 y representa una aguda radiografía de lo que estaba sucediendo en una parte de la sociedad británica en la década de los años treinta.
Los hermanos Andrew y Stephen Faringdon se trasladan a la ciudad universitaria de Christminster. Andrew, el narrador, tiene que terminar una serie de investigaciones que está llevando a cabo; Stephen, un estudioso de la música, decide acompañarle. Los dos son personas satisfechas, independientes, solitarias, con recursos para vivir dedicados a sus estudios y aficiones. Los hermanos Faringdon se establecen en la parte norte de la ciudad, en una tranquila zona residencial.
Con habilidad, Liddell centra su relato en las relaciones sociales que los hermanos establecen con unos personajes excéntricos, representativos de un modo de vida ya en vías de extinción. A ese lugar tranquilo llegan primero las noticias de la guerra civil española, que provocan la activa participación de algunos de ellos en comités de ayuda y, después, el anuncio de la tragedia que vivirá Europa con el ascenso al poder de Hitler y que afectará también a las vidas de estos personajes. El peso de la narración se lo lleva la señora Foyle, quien organiza frecuentes reuniones donde se da cita lo más representativo de ese microcosmos. La señora Foyle arrastra también una tragedia personal que llegan a conocer los dos hermanos.
Poco a poco la novela, como sucede con las de Evelyn Waugh, adquiere más densidad, pues lo que parecía un juego de sociedad, con las entradas y salidas de personas intrascendentes, se convierte en la narración del drama personal de la señora Foyle, su progresiva decadencia económica y social. Liddell hace un minucioso retrato de ese mundo sirviéndose de un aparente tono ligero e intrascendente con el que aborda cuestiones de gran calado, como las inquietudes religiosas de la señora Foyle y su tímida aproximación al catolicismo.
Adolfo Torrecilla