Una creencia aún arraigada en nuestras sociedades nos invita a pensar que las personas buenas son incapaces de hacer el mal. Conforme a este maniqueísmo, bastaría con cometer un acto inmoral para quedar excluido del círculo de los virtuosos. En su libro Los peligros de la moralidad, Pablo Malo desentraña los mecanismos ligados a esta forma de razonar y explica cómo padecemos una hipertrofia de la moralidad que socava los fundamentos de la democracia.
Comencemos aclarando que el autor alude a la moralidad (o ética) desde un punto de vista científico. El libro, de hecho, surge a raíz de la labor divulgativa que Malo, psiquiatra, desarrolla en las redes sociales desde 2011. Separándolo de la religión, su ensayo comienza desgranando el funcionamiento del pensamiento moral, la importancia que tienen en su determinación las relaciones sociales y la forma en que estamos dispuestos a modificar nuestra conducta en atención a las mismas.
A su juicio, tendemos a buscar el reconocimiento social mediante la aceptación de supuestas verdades morales que no estamos dispuestos a discutir. Y esto se ha convertido en un problema para las democracias occidentales. La cultura woke, la polarización política y sus nocivos efectos en las relaciones personales parten de la dictadura de la “virtud” y de la difusión del puritanismo. A riesgo de ser simplista: los polvos de la exaltación posmodernista de la subjetividad se han diseminado al soplo de las redes sociales hasta embarrar el pensamiento moral innato en las personas.
En este sentido, Malo se une a otros en la identificación de un nuevo fenómeno religioso de éxito tan notable como peligroso. Los nuevos credos niegan el perdón para quienes no comparten determinadas “certezas” morales que cada cual construye en base a sus opiniones sobre aspectos tan banales como el consumo de ciertos alimentos o el uso de plástico. Vivimos inmersos en una competición para mostrarnos como seres únicos y moralmente superiores al resto, cuyo máximo exponente es la “justicia social crítica”, que busca compensar la opresión histórica del varón blanco heterosexual. El problema es que la convivencia democrática no puede funcionar con esas premisas, como demuestra Malo.
El libro de Malo es muy útil para advertir de la dinámica de los peligrosos y difundidos discursos moralistas. Pero es más discutible su propuesta para salir de ella a través de una moral única basada en la proscripción absoluta de la violencia. En cualquier caso, el punto débil del trabajo deriva de la postura atea de su autor. No niega que la religión limite el avance de la dictadura de la virtud, ni la importancia del cristianismo en la cultura occidental; pero su comprensión, sin ser hostil, no es profunda. Con independencia de todo ello, Los peligros de la moralidad ofrece un diagnóstico preciso del mayor reto de nuestro tiempo.