Debate. Barcelona (2003). 304 págs. 35,50 €. Traducción: Ricardo García Pérez y Fabián Chueca.
Gombrich (1909-2001) es, sin duda, el historiador del arte más famoso (ver servicio 157/01). Y gran parte de esa privilegiada posición se la debe a su popular Historia del Arte en dos volúmenes. Este vienés emigrado durante la Segunda Guerra Mundial a Londres, en donde terminó de formarse al calor de la biblioteca de Aby Warburg, su maestro, consiguió convertirse en un extraordinario comunicador, sin que la calidad científica de sus escritos sufriera lo más mínimo. Y eso es lo que sorprende: un historiador de prodigiosas lecturas, visitas y, especialmente, memoria, que envía en sus notas a pie de página a los textos y los lugares más recónditos, consigue a la vez ser no sólo legible e interesante siempre, sino a menudo divertido, con ese toque británico tan bien adoptado que le permitió alcanzar el título de sir.
Gran parte de su producción -la que está editando Debate y ya casi termina- son colecciones de ensayos, de conferencias, artículos o reseñas que se hilvanan con un tema común y terminan formando un volumen. En este caso el tema viene concretado por el subtítulo: Estudios sobre la función social del arte y la comunicación visual. Se trata de aplicar la ley de la oferta y la demanda a las imágenes, de tal modo que se producen ciertas imágenes porque hay una sociedad que las demanda. Este principio básico se precisa un poco -no todas las imágenes son susceptibles de ser demandadas en cualquier momento de la historia- utilizando otro concepto cuyo préstamo viene en este caso del campo de la biología: el de nicho ecológico.
Las imágenes necesitan un contexto adecuado para desarrollarse y, lo que es más interesante en su analogía con el estudio del arte, modifican el medio en el que se hallan igual que un bosque como el amazónico modifica el clima en el que existe. Ahora bien, rabiosamente individualista, Gombrich no establece relación alguna entre las condiciones medioambientales propicias y el espíritu de una época (el Zeitgeist de los románticos) que pudiera contribuir a explicar las identidades estilísticas de un periodo.
Ese principio se aplica a lo largo de once capítulos siempre interesantes. El salto que da la pintura desde el altar a la cámara, pasando por el retablo y, a la vez, desde la pintura devocional a la puramente estética hasta llegar al hogar. Una vez en él, se estudian los lugares que ha ido ocupando la pintura con ciertas pautas de interés para decorar a la altura de los tiempos. También se busca identificar las demandas sociales que han generado una escultura de exterior cambiante.
Pero la curiosidad de Gombrich traspasa los lindes de lo que llamamos arte, por eso se utiliza en el subtítulo la expresión que está sustituyendo a la de arte como motivo de estudio: la comunicación visual. Qué se entiende por ello se comprende enseguida cuando se encuentran sendos capítulos dedicados a esas instrucciones gráficas que nos esperan en el asiento del avión o a la hora de montar un mueble o un juguete por piezas y a los garabatos que distraídamente se hacen mientras realizamos otras actividades menos motivadoras, como las interminables cuentas del Banco de Nápoles a cuyo estudio se aplica Gombrich bajo el expresivo título de los placeres del aburrimiento.
José Ignacio Gómez Álvarez