Memorias de un intelectual

La jeunesse d'un clerc. Un régulier dans le siècle. Exercice d'un enterré vif

TÍTULO ORIGINALLa jeunesse dun clerc. Un régulier dans le siècle. Exercice dun enterré vif

GÉNERO

Espasa. Madrid (2005). 395 págs. 24,90 €. Traducción: Xavier Pericay

Julien Benda (1867-1956) adquirió notoriedad en 1927 con la publicación de «La trahison des clercs». El libro y los otros muchos de su autor han quedado, en la historia de la vida intelectual, como una referencia indispensable. Benda es un defensor de la razón, de las verdades eternas, del espíritu, de la contemplación frente al emotivismo, al relativismo, el historicismo o la simple apología de la praxis.

Para él, el «clerc» -que en francés, además de clérigo, quiere decir persona docta, sabia, entregada al estudio- debe servir antes que nada a la verdad. La traición de los clérigos, es decir, de los intelectuales, es precisamente la de traicionar la verdad a favor de lo que en cada momento pida lo que hoy llamamos lo «políticamente correcto». Llega a decir, por ejemplo, «Odio el dogma de la supremacía del fin, sea cual sea el fin»; en otras palabras, el fin no justifica nunca los medios.

Benda, a pesar de esa apariencia de rigidez, fue un hombre de compleja personalidad y pensamiento. Judío de raza, era muy favorable al cristianismo y, en especial, aunque por libre, al catolicismo: su gran amigo Charles Péguy decía de él que era «un judío católico». Para conocer a Benda, estas «Memorias de un intelectual», que reúne tres obras autobiográficas de 1936, 1938 y 1944, son esenciales. Con el atractivo añadido de un buen estilo, un pensamiento coherente y expuesto con claridad cartesiana. Además, él sabe que no siempre ha sido fiel a sus grandes ideales y lo confiesa con sencillez.

La evolución del intelectual, tal como se puede seguir en este libro desde finales del XIX hasta mediados del XX, explica el descrédito actual de esta figura, consecuencia de numerosas traiciones a la verdad al precio de la popularidad, del poder o del sustento en el pesebre político. Benda estaba convencido de que «Europa sólo puede salvarse si vuelve a los ideales helénicos-cristianos».

En un tiempo en el que ya hacían su agosto los nacionalismos estrechos de miras (como hoy), Benda escribía: «Mi inteligencia está hecha de tal forma que se conmueve infinitamente más con lo que agrupa a los hombres que con lo que los distingue; con lo que es humano más que con lo que es nacional».

Benda era también de los que pensaba que entre la cultura grecorromana y la cristiana se daba ya un tesoro de verdades, cimas artísticas, conquistan intelectuales, que, continuadas durante varios siglos, tuvieron una peligrosa inflexión hacia el siglo XVIII, con Voltaire. Poco a poco, según él, se va gestando esa traición de los intelectuales que piensan, por ejemplo, que decir que «todo está continuamente abierto» y «nada hay definitivo» es lo máximo, cuando resulta, en el mejor de los casos, un signo de pereza intelectual. «Al contrario que mis contemporáneos, siento poco respeto por la invención, en la medida en que es inquietud, tanteo, amorfismo, y sí en cambio por los resultados, por un pensamiento, formulado, transmisible, criticable». Se podrá disentir de Benda, pero sus obras siguen siendo hoy un estímulo para el pensador independiente, libre y contrario a los tópicos de moda.

Rafael Gómez Pérez

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