David Frye reúne la condición de arqueólogo con la de profesor de Historia antigua y medieval en la Eastern Connecticut State University, pero a la vez es un brillante ensayista capaz de relacionar el conocimiento de la historia remota con la actualidad. Este libro sobre los muros no deja de ser original, aunque no pretende ser una historia de las fortificaciones defensivas que se han construido en Europa, Asia y América. Los muros van asociados a distintas civilizaciones, y su hundimiento, o decadencia, se correspondería con el ocaso de reinos e imperios, que no se derrumban estrepitosamente, sino poco a poco.
Frye añade su experiencia de arqueólogo, en particular en construcciones como la muralla de Adriano al norte de Inglaterra, para profundizar en la mentalidad e incluso en la vida cotidiana de quienes defendían los muros del empuje de los bárbaros, al parecer siempre dispuestos a arrasar la civilización del lado contrario, aunque algunos de ellos no tuvieran reparos en servir como mercenarios en el ejército enemigo. Con todo, la muralla sirvió para preservar la civilización, aunque en el caso de China terminó por convertirse en una obsesión de tal categoría que privó a este país de la posibilidad de ir más allá de sus fronteras. Esto, según Frye, permitió a los occidentales emprender el descubrimiento y la conquista del mundo.
El paso de los siglos ha ido reduciendo las murallas a polvo, aunque han vuelto a renacer cuando otras civilizaciones han tomado el relevo de las desaparecidas. La historia, en la concepción de Frye, tiene mucho de oposición entre pueblos nómadas y sedentarios. De hecho, los segundos levantaron las murallas para protegerse de los primeros. En teoría, las fortificaciones nacen del miedo, pero posibilitan que se preserve una civilización.
Pero, tras la caída de Constantinopla en 1453, las murallas dejaron de ser inexpugnables. Fue un signo de la evolución de la guerra, aunque en el siglo XX todavía algunos creyeron en el poder de las fortificaciones: los chinos frente a la invasión japonesa de Manchuria, o los franceses, confiados en que la línea Maginot detendría los ataques alemanes. Sus previsiones no se cumplieron.
El siglo XXI se ha inaugurado con la llegada de nuevas murallas, aunque la caída del muro de Berlín alimentara la ilusión de su final. Las corrientes migratorias o de refugiados, así como la amenaza del terrorismo islamista, han erigido muros en EE.UU., los Balcanes, Oriente Próximo y la India, por citar unos pocos ejemplos, sin contar los complejos residenciales cerrados que existen en tantos países. Hay materia, por tanto, para seguir escribiendo la historia de los muros.