Lumen. Barcelona (2003). 640 págs. 23,90 €. Traducción: Jordi Fibla y Celia Filipetto.
El volumen reúne cincuenta relatos escritos por Parker entre 1920 y 1958 y se completa con algunos apuntes y esbozos de personajes. El hilo conductor de la obra se puede percibir desde el primer relato hasta el último con una claridad meridiana: un retrato de la mujer perteneciente a una determinada época y a una determinada sociedad. Tan sólo varían los matices: la soledad en el matrimonio y en sus omnipresentes solteronas, la frivolidad de la clase media, el egoísmo, la sensibilidad que choca contra la incomprensión.
Sin duda, Parker es hábil en la construcción de la estructura y domina la técnica de narrar, como lo demuestra el frecuente cambio de registros (de la primera a la tercera persona, de los relatos contados completamente en forma de monólogo al empleo del diálogo caracterizador del personaje). Por eso los relatos se leen con facilidad y en ocasiones parecen muy logrados. Pero se intuye que les falta algo, como si al cabo todos los personajes fueran un mismo personaje, un arquetipo desde el que se manifiesta la voz de la autora, una voz en ocasiones tan asfixiante que impide escuchar la del protagonista.
No hay duda de que en su tiempo la obra de Dorothy Parker debió de ser rupturista y que hay mucho de acertado en su crítica de esa burguesía carente de gusto y de moralidad al mismo tiempo, de sus damas de caridad falsificada y sus jóvenes «de aspecto llamativo, vulgar y encantador». Sin embargo, cuando su crítica se vuelve estereotipada y construida a base de clichés, el lector acaba encontrando los cuentos previsibles (que es lo peor que puede pasarle a un cuento); percibe que todas las descripciones acaban remitiendo siempre a la misma salita del té, recargada con los mismos adornos burgueses, y que este espacio no es el de la obra literaria, sino el paisaje mental de la autora.
Algunos cuentos, sin embargo, resaltan contra el fondo uniforme del conjunto, como Diálogo a las tres de la mañana o El pequeño Curtis, relatos que transmiten una impresión más vívida, donde la autora contiene el torrente de generalidades sobre sus protagonistas y se acerca a un retrato más matizado y sugerente, menos maniqueo, en la línea de lo que Cortázar llamó la corriente subterránea de sentido que circula bajo los grandes cuentos.
La sensación general tras las obras de Parker es que su composición literaria se ha visto revalorizada gracias al auge de los estudios culturales (especialmente la crítica feminista), pero que los relatos han envejecido mal: en literatura es el camino de la individualización y no el de las generalidades el que lleva hasta lo universal, hasta la obra maestra capaz de perdurar al margen de las tendencias existentes.
Esther de Prado Francia