La tesis central de este libro es que la izquierda ha sustituido un proyecto centrado en la economía (socialismo), siguiendo los cánones marxistas, por un diseño político que busca una revolución moral-cultural.
Como los profesores Contreras y Poole ponen de manifiesto, las proclamas de esta nueva mentalidad, desde la lucha por la legalización del aborto o la eutanasia hasta la redefinición del matrimonio, pasando por la legitimación de intervenciones bioéticas, ha conseguido introducirse en el espacio público no sólo gracias a manipulaciones, sino también por cierta dejación política.
En este sentido, el cristianismo es el único contrapeso que la nueva ideología encuentra. De ahí que esta ideología proponga desterrar todo lo religioso de la esfera pública. En definitiva, como sostienen estas páginas, el laicismo es la última batalla que le queda a la izquierda por ganar.
Estos serían, por decirlo de alguna manera, los síntomas. ¿Cuáles son las causas? Hay, en el fondo, un problema filosófico –metafísico y epistemológico, en concreto–, que nace en las postrimerías de la Edad Media y recorre la Modernidad y buena parte del pensamiento actual. Se trata de la sacralización del relativismo como actitud dominante, tanto en el terreno de las convicciones públicas como en el de las privadas. Kelsen emparentó en un famoso ensayo el relativismo con la democracia, y el relativismo es lo que ha propiciado que esa ideología haya conquistado a las sociedades contemporáneas. La coherencia, la firmeza en las convicciones o la defensa de los ideales constituyen, desde este punto de vista, una manifestación de dogmatismo.
El libro analiza en detalle esta deriva relativista y la devaluación de la idea de tolerancia, convertida en mera indiferencia. Resulta especialmente interesante desterrar el viejo mito que vinculaba el relativismo con cierta libertad de elección; más bien, sostienen estos autores, el relativismo es una táctica que no pretende situar todos los modos de vida en la misma igualdad de condiciones, sino comenzar su transvaloración.
Los autores insisten, de nuevo, en el cristianismo como contrapunto. Pero este no es una antítesis más o menos eficaz contra el pensamiento dominante. Constituye sobre todo una visión coherente con la naturaleza humana. El hombre no está hecho para estar sumergido en un mar de preguntas, ni puede sobrevivir con dignidad en el escepticismo radical. Está hecho, afirman los autores, para “buscar la verdad que lo hace bueno”. Desde este punto de vista, la oferta ideológica de la izquierda puede ser más o menos agradable, resultar más o menos provechosa, pero está condenada al fracaso.
Pudiera parecer que el panorama que dibuja Nueva izquierda y cristianismo es casi apocalíptico, sobre todo si se tiene en cuenta que la herida abierta por la izquierda afecta a los valores más importantes de la civilización occidental. Por esta misma razón, no es extraño que desde posturas ideológicas dispares algunos pensadores hayan empezado a mostrar su preocupación por la situación actual de la cultura y de la política. La pregunta más relevante es cómo salir de este atolladero en el que nos encontramos inmersos. La respuesta de los autores es bien clara: sólo puede recuperarse la confianza en la razón, sólo puede hablarse, por tanto, de verdad y de bien si se parte de un absoluto. Esta es la única manera de recuperar la esperanza.