El historiador británico Tony Judt falleció en 2010, pero tras su muerte han ido publicándose diversos trabajos y se ha ido consolidando su figura como uno de los intelectuales más importantes de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Alcanzó fama internacional con la publicación de Posguerra, un recorrido por la historia más reciente de Europa en el que combinaba erudición y amenidad.
En los últimos años de su vida se expresó más en clave política, abogando por la regeneración de la izquierda y advirtiendo sobre los peligros de la deriva capitalista. Se puede o no estar de acuerdo con él, pero Judt fue honesto y claro y esto es algo que hay que agradecer.
Ahora se publican dos ensayos de Judt: Pensar el siglo XX y la edición de unas conferencias sobre Europa pronunciadas en Nueva York en la década de los noventa, ¿Una gran ilusión? El primero de ellos es una larga entrevista que el historiador inglés mantuvo con su colega americano Timothy Snyder, en la que repasa su biografía, explica y justifica su visión sobre el siglo XX, y se pronuncia sobre temas políticos controvertidos.
Al hilo de sus reflexiones sobre el fascismo, la tentación totalitaria de las democracias de masas y el frágil período de entreguerras, Judt construye un relato autobiográfico que resulta significativo porque condensa en su persona gran parte de los problemas del siglo que estudió. Nacido en Londres, en una familia de judíos emigrados, la cultura de Europa del Este estará muy presente en su obra y en su vida. No es extraño que, como él dice, siempre haya sido un outsider y que nunca se haya sentido en ningún lugar como en casa: fue profesor en universidades inglesas y americanas; asimismo, su forma narrativa de presentar la historia le alejó de los círculos académicos y sus críticas a Israel le granjearon la enemistad de sus correligionarios.
El juicio de Judt sobre el siglo XX ha estado, en este sentido, también marcado por el Holocausto –aunque él hubiera matizado esta afirmación o se mostraría en desacuerdo seguramente–. Era consciente de que la centuria pasada, que socavó la confianza del hombre sobre sí mismo con la experiencia de las guerras mundiales, fue el siglo de los totalitarismos o, lo que es lo mismo, de una forma de hacer política que se arrogó el derecho de determinar el destino de las personas arrebatándoles su libertad.
Frente a ello, la madurez de las democracias llega cuando el pluralismo, que constituye una condición de las mismas, se percibe como un fenómeno positivo, según el pensador inglés. En esta labor es muy importante también el papel de los intelectuales, cuyo compromiso con los sistemas ideológicos fue igualmente objeto de su atención. En el contexto actual pensó que el intelectual ha de asumir un compromiso cívico, analizar hechos y no refugiarse en abstracciones y promover la defensa de lo colectivo y común frente a la desintegración de las formas de vida.
Judt fue partidario de la socialdemocracia y en ocasiones se hace demasiado repetitiva su insistencia en los males del mercado. Por otro lado, en un historiador tan enciclopédico hay que tolerar ciertos errores de detalle, poco pensados. Y se echa en falta cierta actitud pluralista en sus embates contra el pensamiento liberal. A su juicio, la contienda política hoy no se disputa entre comunismo o capitalismo, sino entre una sociedad cohesionada gracias a políticas redistributivas y una posición mercantilista e injusta.
Por otra parte, ¿Una gran ilusión? trata sobre Europa y los problemas que debe afrontar la UE. Recuerda cómo fue el proceso de construcción europea y el nacimiento de un interés común a través de los diversos intereses nacionales. Teniendo en cuenta sus orígenes, Judt se preocupa por subrayar el carácter europeo de los países del Este y la necesidad de atender sus necesidades, sin discriminación cultural.
Por último, es interesante comprobar que ya a mediados de los noventa se percibía cierta obsesión de la política europea por los temas económicos. El paso de los años ha venido a confirmar lo que ya detectó Judt hace más de una década: una Europa centrada en la economía no logra captar la atención política de los ciudadanos. Así las cosas, concluye que si bien la UE ha sido siempre algo más que una mera idea, parece que en su estado actual no parece ser la respuesta a muchos de nuestros problemas. Si esto es así, habría que haber comenzado a repensar la arquitectura institucional de la UE hace ya algunos años.