Tusquets. Barcelona (1994). 298 págs. 2.000 ptas.
A sus cuarenta años, David Grossman se perfila como uno de los escritores israelíes más interesantes de la actualidad. Cultivador por igual de la narrativa y el ensayo, Grossman simboliza en el Israel de hoy el intento de comprender el largo y doloroso problema palestino.
Al referirnos a los palestinos, solemos pensar en los habitantes de Gaza y Cisjordania. Pero lo que pretende este libro es acercarnos a la vida cotidiana de casi un millón de árabes que viven dentro de las fronteras del Estado de Israel. Son los llamados árabes del 48, los que perdieron sus tierras y bienes cuando se constituyó el Estado de Israel. Un eufemismo jurídico consideró ausentes a los propietarios árabes desposeídos de su patrimonio en beneficio del Estado israelí. Pero los árabes ausentes según la ley están presentes en la realidad.
Pese al subtítulo (Conversaciones con palestinos en Israel), la obra de Grossman no es exactamente un libro de entrevistas. Aparecen retazos de la vida cotidiana, opiniones de la calle, impresiones personales y hasta acaloradas discusiones en las que los llamados «árabes israelíes» (otro eufemismo para designar a los palestinos) se dan a conocer.
Durante mucho tiempo Israel ha presentado a los árabes que viven en su territorio como ejemplo de integración en una sociedad pluralista. Mas la realidad es muy diferente, y no han cambiado mucho las cosas desde que hace tan sólo unos años el Parlamento israelí rechazara mayoritariamente la propuesta de considerar a Israel a la vez «un Estado judío y un país de todos sus ciudadanos».
A pesar de las dificultades actuales del proceso de paz, todo apunta a la próxima aparición de un Estado palestino. Pero en este proceso, como bien señala Grossman, Israel apenas ha tenido en cuenta a los árabes de sus territorios. Nada permite asegurar que estén dispuestos a emigrar en masa a Gaza y Cisjordania.
Por otra parte, la demografía juega a favor de los árabes. Muchos de ellos ya no ponen en cuestión el derecho de Israel a existir como Estado. Tan sólo pretenden dejar de ser ciudadanos de segunda categoría en un país que pasa por ser la única democracia de Oriente Medio. Por tanto, no hay otro camino, según Grossman, que la convivencia pacífica en el marco de una completa igualdad de derechos.
Antonio R. Rubio