Silex. Madrid (1997). 430 págs. 2.900 ptas.
En 1990 las comunidades sefardíes dispersas (judíos españoles) recibieron el Premio «Príncipe de Asturías» a la concordia, un hito en la reconciliación entre Sefarad y los exiliados hace cinco siglos. Este libro describe las relaciones de los judíos con España, con especial énfasis en la ruptura de 1492, cuando los sefardíes fueron expulsados por los Reyes Católicos; los hebreos tuvieron que elegir entre el bautismo o el exilio tras una azarosa y difícil convivencia.
Ya las leyes romanas pusieron cortapisas a los judíos de Hispania; en época visigoda la intolerancia fue semejante a la del resto de Europa; bajo el Islam vivieron etapas pacíficas y persecuciones; en la España cristiana fueron traductores, médicos y financieros admitidos pero no asimilados. El rechazo fue especialmente intenso entre los deudores cristianos, cuyo odio se transformó en violencia a finales del inestable siglo XIV. La causa de la expulsión no fue racista o antisemita, pues respondió a una decisión política de carácter confesional: la unidad religiosa católica como razón de Estado de una monarquía absoluta renacentista; unas creencias que primaron sobre la justicia y, desde luego, sobre la riqueza generada por los sefardíes. La penosa dispersión mayoritaria produjo un importante fenómeno cultural: la difusión de la idiosincrasia judeo-española que pervive en minorías de los países mediterráneos, Centroeuropa y América.
Desde principios del siglo XIX, los judíos españoles han podido volver a Sefarad: la abolición de la Inquisición en 1812, la libertad religiosa constitucional, la posibilidad de nacionalizarse desde 1922, la admisión de refugiados de la persecución nazi y las relaciones diplomáticas entre Israel y España en 1986, han sido jalones del reencuentro. La autora, profesora titular de Historia Moderna en la Universidad de Jaén, consigue realizar una buena síntesis de la existencia sefardí «cuando se aproxima un nuevo milenio, que ha de ser necesariamente superador de los antagonismos pasados».
Beatriz Comella