Círculo de Lectores. Barcelona (2001). 238 págs. 1.900 ptas. Traducción: Judith Xantús.
La recuperación de escritores que fueron víctimas del nazismo ha traído consigo el redescubrimiento de algunas importantes novelas, como es el caso de Sin destino, editada en 1996 por la editorial Plaza & Janés (ver servicio 84/96), que pasó sin pena ni gloria, lo mismo que cuando se publicó por vez primera en Hungría en 1975. Hoy día, sin embargo, la obra del escritor húngaro Imre Kertész (1929) se valora de otra manera, lo que ha propiciado un mayor interés también por el resto de su producción, que irá apareciendo en los próximos meses.
Imre Kertész ya publicó el pasado año un libro de ensayos, Un instante de silencio en el paredón (ver servicio 65/00), donde reflexionaba sobre su estancia en los campos de concentración alemanes y sobre la dictadura comunista que tuvo que padecer en su Hungría natal durante un buen número de años: «Del nazismo al estalinismo, el mal no hizo más que cambiar de cara». Este libro aportaba un original punto de vista, pues en ocasiones los escritores e intelectuales no han abordado desde la misma perspectiva las consecuencias de las dos dictaduras.
Lo más original de Sin destino es el punto de vista que adopta el autor para narrar los terribles hechos del Holocausto. Con una gran carga autobiográfica, Kertész convierte un joven de 14 años, Gyórgy Koves, en el narrador y protagonista de una historia que, por muchas veces que se haya contado y leído, no deja de impresionar.
Sin destino desvela cómo un joven normal se enfrenta a una cadena de dramáticos sucesos. Durante la narración, se aprecia cómo Koves vive los acontecimientos tal y como le vienen, sin ninguna perspectiva histórica, sin encontrar explicación a lo que estaba sucediendo a su alrededor. Con 14 años, Koves es deportado de Budapest a Alemania, recorre sucesivos campos de concentración hasta caer gravemente enfermo, salvándose del exterminio de puro milagro. Kertész ha conseguido un certero testimonio de la crueldad, sin añadir a la narración moralejas melodramáticas ni reflexiones sentimentalistas.
Adolfo Torrecilla