Este libro recopila por primera vez todos los textos de Alexis de Tocqueville sobre el cristianismo, el islam y el hinduismo, y han sido extraídos de su numerosa correspondencia y sus grandes obras maestras como La democracia en América o El Antiguo Régimen y la Revolución. Los textos no son, por lo general, muy extensos, pero el mérito de Jean Louis Benoît, un gran especialista en la obra de Tocqueville, ha sido su labor no solo de búsqueda minuciosa sino también de interesantes comentarios que ayudan a fijar la visión del autor francés sobre las religiones, que, en algunos casos, fue cambiante a lo largo de su vida.
Los fragmentos menos extensos son los dedicados al hinduismo, religión sobre la que no pudo profundizar, pues tampoco llegó a escribir el libro que pretendía hacer sobre la India bajo la dominación británica. Pero su opinión es tan negativa como simplista al considerarla una religión abominable que llevaría a un determinismo absoluto, inconcebible con su defensa del pensamiento liberal.
No son mucho más favorables sus opiniones sobre el islam, pues le disgusta que no estén separadas las esferas política y religiosa. Según Tocqueville, es la mezcla de lo político y lo religioso lo que ha contribuido a la decadencia del mundo musulmán, al ser la causa del despotismo y de la parálisis social de las sociedades islámicas. Pese a todo, el autor se presenta como un crítico de las arbitrariedades cometidas por los franceses en los inicios de la dominación colonial en Argelia.
Una de las conclusiones más repetidas de Tocqueville es que la religión cristiana supera a la musulmana y a la hinduista, pero este criterio no hace de nuestro autor un creyente. En su viaje a Estados Unidos y Canadá ha sabido ver las ventajas de una religión separada de la política, en contraste con la Francia del Antiguo Régimen y la de la Restauración. Pero uno de los factores que más distancia a Tocqueville de la religión es la aparición de un partido católico que apoya al Imperio de Napoleón III, un régimen con el que un auténtico liberal no puede estar de acuerdo.
Con todo, el estudio del cristianismo en el escritor francés no pasa por el terreno de los dogmas, en los que Tocqueville no cree aunque le gustaría creer, sino en las relaciones de la religión con las instituciones políticas. Sabe intuir, tal y como resaltaron algunos pensadores del siglo XX, las afinidades entre el catolicismo y el principio de igualdad, algo que queda en segundo plano en el individualismo de las Iglesias protestantes.
Pero el problema de fondo del pensamiento del gran teórico de la democracia es que Dios está ausente de sus teorías, lo que le convierte, en acertada expresión de Jean Louis Benoît, en un pascaliano sin fe. Prefiere elegir la opción pascaliana de afirmar la existencia de Dios porque de esta manera la sociedad queda protegida de un grosero materialismo. El cristianismo desempeña un papel social en defensa de unos valores universales y de respeto al individuo, por lo que sería la religión que mejor se adaptaría a la democracia.
En consecuencia, Tocqueville insiste en el carácter saludable de la religión en la esfera política y social. Le causa horror el vacío social que han dejado las doctrinas materialistas, pero su enfoque no deja de ser eminentemente pragmático. Este es el auténtico Tocqueville, presentado en este estudio de Benoît, y no aquel del que muchos comentaristas han dado una visión sesgada.