Ollero & Ramos. Madrid (1994). 141 págs. 1.100 ptas.
Arturo Pérez Reverte aborda en esta nueva y discreta novela el mundo de los reporteros de guerra, profesión a la que ha estado dedicado durante más de veinte años y que ha compaginado con la de novelista de éxito.
Un mínimo argumento es el hilo conductor de la narración, una simple excusa para describir la «tribu» de los reporteros de guerra. Escrita en tercera persona, el argumento central cuenta una de las escaramuzas de dos periodistas españoles, Barlés -el claro doble del autor- y Márquez, el cámara. Los dos se encuentran en la guerra de la ex Yugoslavia, y Márquez está obsesionado con filmar en directo la voladura de un puente. Mientras aguardan ese momento, Barlés recuerda numerosas anécdotas profesionales. No se ahorran descripciones duras, ni comentarios fríos, ni tampoco escenas en las que predomina un hiriente humor negro. Todo se transmite sin retórica: para Barlés, «la gente cree que la guerra son los muertos, las tripas y la sangre. Pero el horror es algo tan simple como la mirada de un niño, o el vacío en la expresión de un soldado al que van a fusilar».
Barlés piensa con Manu Leguineche, conocido reportero español, que los periodistas de esta singular «tribu» son desequilibrados, divorciados, dipsómanos, para mostrar así cómo para dedicarse a esta profesión hay que llevar una vida distinta, romper con los vínculos familiares y darse a la bebida y otras cosas para desahogar el espíritu. El narrador idealiza esta profesión desmitificando precisamente sus valores más cinematográficos: dureza, tensión, peligros, muertes. Ese estar continuamente huyendo de lo que Barlés define «territorio comanche»: «Para un reportero en una guerra, territorio comanche es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta».
Estos reporteros no hacen análisis políticos ni geoestratégicos de las guerras. Eso se lo dejan a los periodistas de despacho y salón, y a los políticos de sonrisa de informativo. Ellos están marcados por la contemplación asidua y constante de la tragedia. De ahí su desprecio por los que denominan «japoneses» (los que van a hacerse la foto para la prensa) y los turistas «domingueros».
Pérez Reverte incluye detalles concretos que añaden verosimilitud a lo narrado. Periodistas de carne y hueso, referencias a lugares conocidos, hechos publicados en la prensa, expresiones propias del argot y otras que pertenecen al lenguaje coloquial. Quizá cargue un poco la mano en las expresiones vulgares y en algunos defectos y obsesiones de los reporteros, que justifica como simples gajes del oficio. Pérez Reverte no ha buscado escribir una novela de exquisita calidad formal, pero Territorio comanche es un relato vivo y real, objetivo, que plasma con pasión sus impresiones de lo que es un reportero de guerra.
Adolfo Torrecilla