Destino. Barcelona (2002). 272 págs. 27,41 €. Traducción: Isabel Ferrer.
Aunque ya apenas nos escandalicemos ante las obras de arte que se nos presentan bajo una forma evidentemente ofensiva, no está nuestra sensibilidad tan embotada como para no manifestar una resistencia a aceptarlas o para otorgar una voluntad redentora a todos sus autores. Por eso es natural que haya voces que defiendan esas realizaciones provocativas en virtud de tres argumentos: uno, han sido capaces de alejarse de la realidad lo bastante como para considerar su pequeñez ridícula y enseñarla; dos, siempre tienen antecedentes en obras ya canónicas; y, tres, su belleza formal las salvaría con independencia de cualquier otro valor o demérito.
Estas son las tesis de Julius, un autor que cuenta entre sus habilidades la crítica de arte y la jurisprudencia. A ese punto de vista legal, su erudición y el orden con que la destila le permiten añadir un juicio moral, uno filosófico, uno religioso -en el que tanto protagonismo o más que el cristianismo tiene el judaísmo- y otro político. Disertando a veces con una morosidad que perjudica la solidez del discurso, Julius advierte contra los efectos desmoralizantes del arte transgresor, tanto en el público como en los artistas, cada vez más impelidos a un trabajo solitario y deslavazado porque el proyecto transgresor está cerrado y ya sólo resta una transgresión cervantina de la transgresión.
Hay una diferencia entre lo turbador-cautivador y lo turbador-repelente, pero -y aquí está la clave de la fortuna de este libro- esa división es histórica, pertenece a un periodo concreto de la historia del arte. Exactamente a aquel que va de Manet en la mitad del siglo XIX al presente, pasando por un proyecto transgresor completo como fue el del surrealismo. ¿Por qué desde Manet? Porque fue capaz de hacer una crítica del pasado como homenaje, de copiar mientras destruía. Julius considera que el arte transgresor abandonó tras él su filiación correcta y olvidó también el loable propósito de Goya, que quería reformar con la crítica. Abandonó así su moralidad para transformarse en un arte amoral y desmoralizador al que conviene reconvenir legalmente cuando se extralimita.
Pero, las obras más reproducidas ¿no están hechas con dosis de considerada insolencia y con conciencia plena de estar yendo más allá de los límites? ¿En dónde está la barrera entre la innovación y la transgresión? ¿Puede ser el juicio sobre ésta de otro tipo que moral? Se trata de un libro inteligente para colocarse bajo el brazo en esas ocasiones en las que el arte nos estremece. De frío.
José Ignacio Gómez Álvarez