Debate. Barcelona (2005). 226 págs. 18 €. Traducción: Lluis Miralles de Imperial.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Willy Peter Reese es un joven alemán de veinte años. Pronto va a ser movilizado y pasará la guerra en el frente ruso hasta su muerte, probablemente en junio de 1944. Allí llevará un diario de campaña, a partir del cual redactará este testimonio sobre sus experiencias bélicas. Su manuscrito quedó inédito, hasta que en 2003 fue publicado por el periodista alemán Stefan Schmitz.
Willy Reese es un joven renano católico, con sensibilidad literaria y dotes de escritor. De carácter muy reservado, refleja sobre el papel sus sentimientos, y aunque reconoce que apenas habla con sus compañeros de armas -y nunca de cuestiones trascendentales-, paradójicamente escribe casi siempre en primera persona del plural. La guerra lo transforma radicalmente: «el hombre primitivo despertó en nosotros. El instinto sustituyó al espíritu y al sentimiento, y una vitalidad trascendente nos acogió. En la batalla de desgaste la vida se manifestaba con más fuerza en un salvaje placer de existir». En el duro invierno de 1941, reflexiona tras los combates : «sólo después comprendíamos lo inhumano que era todo lo vivido y tratábamos de darle sentido y valor».
El testimonio de Reese está plagado de miserias. Como introspección psicológica, quizá lo más interesante sean las reflexiones sobre las razones por las que lucha, que pasan por tres períodos, aproximadamente coincidentes con las campañas de 1941-42, 1942-43 y 1943-44. Primeramente piensa que es el destino -una corriente histórica movida por villanos como Hitler y contra la que la bondad de Dios parece hacer la vista gorda- quien le obliga a luchar.
En 1942, Reese era ya un desarraigado de la vida civil, para quien Rusia, entendida como aventura, se había convertido en su hogar: «no me acompañaba ningún nihilismo heroico, ninguna fe en la necesidad ni confianza en Dios. Esta vez solo partió un caminante y un aventurero». La guerra se convirtió en una huida continua «en que cada uno luchaba solo por su vida y ya no por ideales y por un engañoso punto de vista», una huida marcada por «la magia de la vecindad de la muerte».
En su última campaña, Reese siente que su corazón se ha endurecido, se ve como un condenado a muerte al que domina un sarcasmo absurdo. Y es precisamente en medio de los combates más duros cuando vuelve a encontrar sentido a su vida, relatada por fin en primera persona del singular: «en esta época maldita, lo mejor era ser soldado y estar así en medio de esa vida». «El destino de la guerra me impulsaba. Pero yo amaba la vida, el invierno y todos los peligros. Lo que perdía volvía a convertirse en ganancia. Sereno en medio de la vida, la tierra me caía en las manos abiertas y Dios estaba cerca de mí».
En su correspondencia posterior, citada en un apéndice, Reese ha recuperado su ilusión por una «Alemania espiritual» que existirá «solo después de la derrota, después del fin de la época de Hitler», y recupera también su fe: «¡si al menos fuera del todo un cristiano y tuviera un hogar en el cielo!».
Santiago Mata