Mondadori. Barcelona (1998). 719 págs. 3.200 ptas. Traducción: Aurora Echevarría.
Rohinton Mistry, nacido en Bombay y residente en Canadá desde 1975, logró con Un perfecto equilibrio el Commonwealth Writers Prize en 1997. La trama se centra en cuatro personajes que convergen en un pequeño piso en el centro de Bombay: Dina, una viuda que lucha por mantener su independencia; Manek, un estudiante; Ishvar y su sobrino Om, sastres que intentan superar su condición de intocables. El autor narra la transformación del apartamento en una comunidad llena de vida, a pesar de las diferencias personales de los habitantes -y las que impone la sociedad- y las fuerzas exteriores que parecen empeñadas en destruirla.
Alrededor de ese núcleo giran numerosos personajes secundarios, como un corrector de pruebas, policías corruptos, estudiantes radicales, sindicatos de mendigos, incluso la propia Indira Gandhi. Mistry, maestro del detalle, confiere individualidad a los personajes mediante pequeños rasgos. Convierte hábilmente diversos objetos en símbolos de grandes realidades, como unas tazas de té, para representar la división de castas, o la forma de lavar un sari, que se hace muestra de una pobreza vivida con señorío.
El estilo de Un perfecto equilibrio recuerda las novelas del realismo trágico del siglo XIX: tramas múltiples que confluyen en una sola, abundantes descripciones, la ciudad como metáfora de una sociedad en crisis y la presentación de un claro mensaje moral. Irónicamente, Mistry elige la forma novelística más tradicionalmente inglesa para retratar una época clave de la historia de la India tras la independencia: la proclamación del estado de emergencia en 1975. La novela, de proporciones épicas, sufre -o goza- de lo que Salman Rushdie denomina «una enfermedad típicamente india: el impulso de encapsular toda la realidad». El retrato que traza Mistry es sombrío y su final incierto: la India está completamente a merced de los vaivenes del juego político. En ocasiones, bordea el melodrama y el sentimentalismo, pero la dureza de la trama impide caer en esos extremos.
Mistry se preocupa mucho de la dimensión más profundamente humana de la vida de sus personajes. Trata con delicadeza la relación entre lo personal y lo social, la cuestión de la responsabilidad ante el derrumbamiento de las estructuras estatales. Los personajes que encuentran soluciones o que aceptan compromisos salen adelante; los otros tienen un final trágico. Mistry no escatima ningún detalle, describiendo pormenorizadamente las consecuencias de la pobreza y desvelando las maquinaciones crueles de que son capaces los hombres. «Hay que mantener el equilibrio entre la esperanza y la desesperación», dice un personaje. Y eso es precisamente lo que hace el libro. Un perfecto equilibrio ilustra todos los grados morales que caben en la vida humana, desde lo más miserable hasta las alturas a que puede llegar el triunfo del espíritu. Por encima de las divisiones de raza, casta y religión, prevalecen los lazos de la comprensión y el afecto, el reconocimiento de la dignidad de la persona, que mantiene la esperanza en medio del sufrimento más terrible. Por todo ello, es esta una novela profundamente conmovedora, una obra maestra.
Rocío G. Davis