Alfaguara. Madrid (2002). 321 págs. 13,50 €. Traducción: Pilar Vázquez.
Ganador del Booker Prize, John Berger (Londres, 1926) ha sido pintor, novelista, ensayista, crítico de arte, poeta y guionista de cine y de televisión, y su modo de ver la vida -una especie de eremita del arte con convicciones vagamente comunistas- le ha granjeado la admiración de numerosas personalidades del mundo artístico y literario.
Alfaguara publica ahora la que fue su primera novela, escrita en 1958 en Londres bajo unas circunstancias históricas muy precisas: la tensión nuclear de los primeros años de la Guerra Fría. Por entonces, muchos intelectuales y artistas de los países que quedaron dentro del telón de acero emigraron a naciones más seguras, principalmente Inglaterra y Estados Unidos. Lo hicieron para mantener a salvo sus vidas mientras seguían defendiendo unas convicciones artísticas que el Partido persiguió declarándoles «subversivamente individualistas».
Berger, que trató asiduamente a muchos de estos emigrados, comprendió su problema de conciencia: en lo político se identificaban completamente con el ideal comunista, pero entendían que su arte no podía ser «forzosamente socialista», pues el artista no debe plegarse a directrices temáticas ajenas. Berger ideó entonces para esta su primera novela el personaje de Janos Lavin, pintor húngaro que de joven había sido militante comunista en una Hungría que se debatía aún entre lo burgués y lo revolucionario.
La novela está narrada por un tal John, que se limita a poner notas a pie de página del recién descubierto diario de Lavin -amigo suyo en los años del diario, y del que es albacea testamentario en el tiempo real de la novela-. Resulta así una suerte de exégesis vital del artista, desaparecido misteriosamente cuando acababa de conseguir su primera exposición en una afamada galería de ese Londres burgués que lo acogía. El diario -la novela- es el relato de las torturas psicológicas que Lavin sufre como consecuencia de lo que él considera «deserción de la lucha» a favor del arte.
Es una novela bien escrita, de un estilo contenido que favorece la gravedad del problema de conciencia tratado. La obsesiva relación entre política y arte es estudiada con honradez, sin sectarismos. Es también una certera indagación en el alto sentido que el arte tiene en sí mismo y como aportación insoslayable a una sociedad humana, cualquiera que sea. En esa indagación, Lavin concluirá: «Hay muchos pintores y escritores que no desean mejorar el mundo, sino simplemente divertir o justificarse a sí mismos: estos hombres no son artistas».
Jorge Bustos Táuler