Geoffrey Hosking, reconocido historiador británico, ofrece en este libro las claves de la idiosincrasia rusa. Una de las peculiaridades de ese país tan extenso como heterogéneo ha sido el distanciamiento entre quienes ostentaban el poder político y el pueblo, debido principalmente a la falta de instituciones mediadoras. Esta situación se equilibró con el surgimiento de un espontáneo pero fuerte sentido de pertenencia comunitaria. Salvo en determinados intervalos, el aislamiento de Rusia respecto de la historia europea y occidental ha sido constante y se ha concretado en la proliferación de narrativas, conscientemente antimodernas, que han mezclado religión y política para afianzar siempre la función redentora de Rusia en momentos de especial desorientación.
Si el zarismo no supo adaptarse al curso de la historia, especialmente en el siglo XIX, fue sobre todo por la inadecuación de los modelos europeos a la marcha de un país de extensión continental, plural culturalmente y con una estructura social compleja. El campesinado ha llevado siempre el peso de la historia y ha sufrido en exceso por el mesianismo político de sus gobernantes.
Los rasgos autoritarios y personalistas que nacieron, sobre todo, con Iván IV, el Terrible, y que dirigieron también un sistema tan presuntamente revolucionario como el soviético, no tienen muchos visos de desaparecer. Nos queda al menos la gran riqueza espiritual de la cultura rusa como consuelo.