Les llaman eurócratas. Residen en Bruselas, mantienen en marcha la maquinaria de la Comisión Europea y son vistos como funcionarios distantes y bien pagados. Pero vistos de cerca, el cliché se desvanece y el personaje se humaniza. Es el caso de la protagonista de este libro, Ana Gonzalo Castellanos (1955-2011), que desarrolló su carrera profesional desde 1987 en la Comisión Europea. Dejó una huella profunda en la vida de muchas personas, empezando por su hermana Blanca, que ha querido conservar su memoria en esta semblanza biográfica.
Ana era una mujer de apariencia frágil; pero mantuvo un pulso con el cáncer casi veinte años, mientras seguía con un trabajo exigente. Y cuando le dieron la invalidez por enfermedad, recurrió para reincorporarse al cabo de un año a su trabajo, y lo logró.
Su labor estuvo relacionada con programas de desarrollo financiados por la UE, primero en Oriente Próximo y después en China y Sureste Asiático. En 2001 fue la primera mujer española jefa de unidad en la Comisiòn Europea, encargada de la relación con nueve países de la zona mediterránea, entre ellos Palestina e Israel.
De sus setenta viajes a estos países donde supervisaba proyectos, dejó escritas unas impresiones por países, que enviaba también a su hermana, de ahí el título de Una prolongada carta de familia. Estos “apuntes” –así los llama– ocupan más de la mitad del libro. Unos son más profundos, como los referidos al Líbano, país al que más viajó; otros más impresionistas, como los de los países asiáticos.
Aunque la situación descrita en algunos haya cambiado con los años, todos sus apuntes son un buen testimonio tanto de su trabajo como de su personalidad. Muestran cómo la preocupación por el proyecto que en cada caso llevaba entre manos iba unida a su atención a las personas del lugar que iban a ser los protagonistas y beneficiarios de esa acción. Si va al Líbano, no puede evitar las invitaciones a casas de familias que acaba de conocer: “Esto me ha permitido entrar en sus casa, conocer la vida de sus habitantes, aun a costa de no dormir esos días más que unas pocas horas”. La relación cercana facilita también conocer mejor sus necesidades y expectativas, para impulsar esos proyectos de desarrollo.
Este interés por el bienestar de las personas iba unido a una honda visión de fe, que también aparece bien reflejada en el libro, tanto en sus impresiones de viajes como en lo que cuenta su hermana. Ana Gonzalo pertenecía al Opus Dei desde su juventud, y supo encarnar el espíritu de la santificación del trabajo y la inquietud de dejar una impronta cristiana a través de la amistad con las personas.
Sus viajes son también una ocasión para sentir la universalidad de la Iglesia. Igual se emociona oyendo misa en la catedral de Hanoi con una multitud de indumentaria pobre, que se siente admirada ante la fe de los filipinos. También se encuentra en algunos de estos países con gente del Opus Dei, que normalmente aparecen impulsando alguna iniciativa de desarrollo social y espiritual.
La autora del libro, Blanca Gonzalo, logra transmitir la personalidad de Ana, su coraje ante la vida y el engarce entre su fe y su trabajo.