Félix es un niño judío de diez años que vive desde hace tres años y ocho meses en un orfanato regentado por unas monjas católicas. A Félix le han entregado sus padres para salvarle la vida, y el niño mantiene la esperanza de que sus padres irán un día a recogerlo. Pero sus padres, libreros judíos perseguidos por los nazis, no dan señales de vida. Hasta que un día Félix decide ir en su búsqueda. Se escapa del orfanato y superando todo tipo de dificultades, viaja andando hasta su casa. Pero allí no están; se han apoderado hasta de su casa y tiene que huir; decide trasladarse a Varsovia pensando que sus padres puedan estar allí. En el trayecto se encuentra con casas incendiadas, animales muertos, cadáveres… pero Félix es un niño y no sabe cómo interpretar lo que está pasando.
En una de las localidades que atraviesa entra en una casa y se encuentra con un matrimonio que ha sido asesinado; muy cerca de ellos, aparece Zelda, la hija pequeña, que se ha salvado de milagro de la muerte. Félix consigue que no descubra los cadáveres de sus padres y la convence para que le acompañe a buscarlos a Varsovia.
La historia está contada en primera persona por el propio Félix, un chaval con una gran imaginación al que le gusta contar todo tipo de invenciones para entretener a los niños con los que convive. También las escribe en un cuaderno que será su compañero inseparable durante toda la novela, con el objetivo de entregárselo a sus padres, de los que mantiene muy vivo el recuerdo.
Al igual que ha sucedido con El niño del pijama a rayas, del irlandés John Boyne (ver Aceprensa 29/07), la historia atrapa y engancha por la mezcla de ingenuidad y tragedia. Félix vive rodeado de muerte, de asesinatos, del odio contra los de su raza; pero él no entiende nada de lo que sucede a su alrededor. Sus comentarios están llenos de simplicidad, un recurso que funciona bien para reflejar situaciones crudas y al límite. El autor, un inglés residente desde hace muchos años en Australia, sabe utilizar convenientemente los sentimientos de los lectores. Viendo el éxito de El niño del pijama a rayas, este sentimentalismo bastante programado y u tanto epidérmico puede funcionar bien ya que este tipo de historias melodramáticas protagonizadas por niños suelen emocionar.