Editorial Gustavo Gili. Barcelona (2006). 211 pág. 20 €. Traducción : Inmaculada Urrea Gómez, Marta Camps Banque.
Con un conocimiento sobrado del sector y antecedentes familiares de peso -nieto de sastres e hijo de modistas-, el sociólogo francés Guillaume Erner pretende responder con este ensayo a las preguntas más frecuentes sobre moda, dejando al margen posibles patologías. Su análisis incluye el nacimiento de las marcas, el intangible que reflotó en su momento un buen número de firmas, ahogadas por la crisis de la alta costura. Pero quizá la aportación más interesante de este profesor universitario, sociólogo en el Instituto de Estudios Políticos de París, es la descripción de las tendencias.
Erner se propone demostrar que no hay irracionalidad en esos procesos de elección colectiva aparentemente inexplicables y que define como «fenómenos de polarización, por los que un mismo objeto seduce simultáneamente a un gran número de personas». En su opinión, la incidencia de los laboratorios de tendencias en la moda es mínima -se limita a modelos y gamas de colores- y, en cambio, cuenta mucho más la influencia de personas cualificadas, verdaderos «profetas de la moda», cuyas intuiciones se amplifican constantemente: los diseñadores coinciden en fiestas y celebraciones, y se inspiran en el imaginario cultural del momento; los asesores de imagen ofrecen sus orientaciones; los medios de comunicación actúan como caja de resonancia, y, sobre todo, los famosos alquilan su «elegancia» y se convierten en embajadores de un producto, de una idea o de una indumentaria concreta. «Basta que un objeto sea decretado ‘tendencia’ por una persona cualificada, para que, en efecto se convierta en tal», asegura Erner.
La estrategia de producción también contribuye y quienes deciden qué hay que producir no arriesgan y se limitan a las tendencias, con lo que éstas se refuerzan. Los distribuidores acaban restringiendo su oferta a lo que se vende más, algo fácil de saber con la gestión informatizada de los pedidos. En realidad, el consumidor compra entonces lo que se le presenta, su elección es más bien limitada, pero no irracional; no hay misterio ni complot para que un producto triunfe. El efecto tendencia tiene bastante de empresarial y, por tanto, no es exclusivo de la moda, se extiende a los coches, a los alimentos e incluso a los nombres.
Al margen de varias consideraciones históricas sobre el papel que desempeñan las religiones y las ideologías en el proceso indumentario, quizá poco fundamentadas, Erner formula algunas hipótesis que merecen reflexión sobre la relación directa entre el vestido y la configuración de la identidad personal en sociedades que atraviesan crisis antropológicas. La presencia de un gran número de «fashion victims» en Japón, señala como ejemplo, sería un elemento a favor de esta suposición. La moda revelaría así la ansiedad del individuo por convertirse en uno mismo, afirma Erner. La relación moda-identidad admite una segunda lectura, más optimista, que también defiende el autor: cuando el individualismo se extiende, la moda permite la creación de un universo común y por eso atrae.
M. Ángeles Burguera