Alfaguara. Madrid (2000). 152 págs. 1.800 ptas.
Antonio Orejudo (Madrid, 1963) es profesor de Literatura española en la Universidad de Almería. Fabulosas narraciones por historias (1996), su primera novela, obtuvo el premio Tigre Juan (que se concede a la mejor primera novela publicada en España) y la vitola de escritor de fértil imaginación y talento narrativo.
Una agente literaria vuelve en tren a su ciudad después de dejar a su marido ingresado en una clínica psiquiátrica. Su compañero de vagón, que dice ser médico de dicho centro, entabla con ella una conversación en la que irá desgranando las excelencias de una original terapia que emplea contra la esquizofrenia. Se acompaña de una carpeta donde conserva los delirantes testimonios escritos de varios de sus enfermos (serán ofrecidos al lector en el capítulo central de la novela), carpeta que quedará en poder de la agente literaria una vez desaparecido el doctor en una de las paradas del tren.
Esta breve novela es en realidad un conjunto de, al menos, seis historias: las de los dos protagonistas y las cuatro que se recogen en la carpeta. La estructura que ensambla las tramas y que justifica que al conjunto se le llame novela no resulta del todo convincente. Cada historia aparece personalizada con un registro de voz diferente y con un tratamiento técnico exclusivo, en puntuación y léxico, que va del coloquialismo a la experimentación.
Orejudo expone su visión intelectual y posmoderna sobre la literatura y la frontera entre ficción y realidad, sobre la locura y el vértigo contemporáneo, y lo hace de un modo provocativo y lleno de humor. Goza de una capacidad de inventar historias fuera de lo común y demuestra pasmosa familiaridad con las distintas técnicas narrativas. El humor no anula lo escalofriante de algunas de las situaciones, aunque las protagonicen personas que de antemano se sabe que carecen de salud mental. Varios pasajes hablan, sin excesivos detalles, de desviaciones sexuales y comportamientos altamente violentos. La ironía afila más que mitiga la dura condena que dirige a algunas organizaciones de voluntariado social y, en este caso ferozmente, al mundillo de la crítica literaria. Se nota que el autor es profesor de literatura en los frecuentes coqueteos metaliterarios (literatura sobre literatura) que aparecen en forma de citas, parodias y expresas influencias.
Demasiada ambición quizá para tan poco espacio. Al final queda la impresión de estar ante un escritor prometedor: por la precoz seguridad técnica; por la apuesta cervantina por la historia y la huida de toda solemnidad y ensimismamiento; por el humor, entre el tremendismo y la carcajada, respuesta a su personal percepción de lo disparatado que hay en el mundo; y, sobre todo, por su imaginación, que destroza muchas veces los cánones de la verosimilitud realista (no así la literaria).
Javier Cercas Rueda